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AL CONTRATAQUE

Paco Mariscal

Diminuto y grande: la Jana

Los fondos de ayuda que debieron y deben llegar a la Jana se quedaron por los cerros de Úbeda por un despropósito administrativo

Al atardecer o al despertar el día, cuando el sol prolonga las sombras de los árboles porque sus rayos caen de soslayo, las tierras poco extensas de este pequeño municipio del Baix Maestrat nos recuerdan la Toscana de Leonardo da Vinci. Verde claro del almendro, verde oscuro del algarrobo y verde plata del olivo: un paisaje ondulante de verdes. Un fragmento de ese paisaje le sirve de fondo al cuadro de la Mona Lisa del maestro de Anchiano, como se puede comprobar con facilidad. Pero no estamos en la Toscana de Da Vinci, sino en la Jana de Castelló, cuyo término municipal es diminuto, no llega a los 20 quilómetros cuadrados. Los términos municipales limítrofes de la Jana son Cervera con 93 quilómetros cuadrados, Canet lo Roig con algo más de 68, Xert con 82, Traiguera con 60 y Sant Mateu con 65. Una misma comarca, cuya base económica fue y sigue, a duras penas, siendo la agricultura, como en tantas otras comarcas del País Valenciano. Un lindo retazo de la decimonónica provincia de Castellón sobre el que pende, como espada de Damocles, la despoblación. En 1900 más de 2.500 habitantes deambulaban por Xert, hoy son apenas 725. En la Jana eran el mismo año algo más de 2.200, en 2021 se contaban apenas 675. Los números nos muestran una realidad nada engañosa. Los números no suelen mentir.

Y como no suelen mentir, las administraciones públicas se vieron obligadas a meter mano en el asunto del descenso demográfico. Y aparecieron las ayudas, y los decretos y resoluciones del gobierno autonómico valenciano; las normas y los requisitos para percibir fondos de cooperación municipal para la lucha contra la despoblación de nuestro territorio. Y en ese papeleo oficial aparece el artículo primero y los apartados a, b, c, d, e y f, que hacen referencia a la densidad de población, inferior o igual a 20 habitantes por quilómetro cuadrado, y referencia también a la tasa de crecimiento vegetativo, al índice de dependencia y envejecimiento entre la población, y a la tasa migratoria. Y en todos los apartados la Jana da positivo, excepto en el a, la densidad de población por quilómetro cuadrado. Los de la Jana tienen un mini término municipal e incluso mucho de los campos que cultivaron a lo largo de los siglos pertenecían a los municipios colindantes y hermanos. Y los fondos de ayuda que debieron y deben llegar a la Jana se quedaron por los cerros de Úbeda, ciudad hispana cuyos olivos se hermanan con los de la Jana.

Para percibir ayudas, la población de la Jana debía quedar reducida a 400 habitantes. Un disparate sin horizonte. El despropósito de una administración autonómica que se quiso cercana a las realidades de la ciudadanía, puesto que la administración centralista en los madriles quedaba lejos de las pequeñas e importantes realidades como el término municipal del pueblecito del Baix Maestrat. Esa pequeña localidad con una gran historia. Quizás el municipio con la mayor densidad de olivos milenarios por quilómetro cuadrado que podamos encontrar a orillas del Mediterráneo.

Y cuando uno descubre la Jana de Castellón, tropieza en primer lugar con un topónimo polémico. Unos lo relacionan con dioses y mitos, y otros con alusiones al agua. Quien suscribe se queda con la explicación de la filóloga Dolors Bramon i Planes, que recogieron los boletines de la Academia Valenciana de Cultura. La Jana procede de un latín, modificado fonéticamente por los hispanomusulmanes, y el vocablo apunta a puerta o cancela. La Jana, geográficamente, fue el portón de entrada de tropas, viajeros y comerciantes, de aquellos que desde la orilla mediterránea se dirigían al Cantábrico o noroeste de Hispania. La Jana es el cruce de la Vía Augusta Romana del arco marítimo del Mediterráneo occidental, con la Vía Hercúlea que, atravesando las estribaciones del Sistema Ibérico, conducía a Zaragoza y el Cantábrico. Los restos arqueológicos son fidedignos, como fidedigna y con gracejo es la afirmación de un viejo labrador de por aquí, quien asegura que los Escipiones de la conquista de Hispania «ja menjaven llesques de pa amb oli quan van passar per ací».

Porque, casi con toda seguridad, cuando los Escipiones y los cartagineses de las Guerras Púnicas andaban por estos confines, el olivo de la aceituna farga ya estaba ahí. Las legiones romanas utilizaban ese aceite también para alumbrar la oscuridad de la noche; lo utilizaban como combustible para sus candiles de piedra, hojalata, hierro o barro cocido; los clérigos paganos de la soldadesca lo gastarían también para ungir ídolos, según la costumbre romana, y para consagrar todo lo consagrable, desde las cabezas coronadas a los parientes difuntos. Costumbres con el aceite que luego heredamos los cristianos. Todo en la Jana de los olivos milenarios, que dejan encandilados a los visitantes en ese museo del Pou del Mas; ese museo discreto, humilde y decente al aire libre, por donde deberían pasar todos nuestros escolares.

«Ese árbol es sagrado; ese árbol es mi vida», viene a decirle a sus hijos el abuelo de la película El Olivo, rodada en parte por estos parajes de la Jana. La película, casi un cuento infantil, es todo un alegato del viejo agricultor contra quienes venden olivos milenarios para solucionar de alguna forma la situación de la maltrecha economía de los labradores. Le venden el olivo al abuelo, y éste deja de comer y pierde voluntariamente la palabra. Cuando la nieta recupera el árbol que lucía su tronco milenario en una sala acristalada de Düsseldorf, muere el anciano. Sus vástagos comentan entonces cómo será la vida dentro de 2.000 años, y desean que las futuras generaciones se comporten mejor con los árboles. Un cuento, desde luego, pero verosímil y necesario. Es cuanto evoca la memoria por la Jana, cuando se acude a admirar esas joyas de la naturaleza, que necesitan el cuidado del hombre. El museo al aire libre en medio del campo con colores toscanos. Y eso hace a la Jana grande e imprescindible.

Estos días pasados, los munícipes del consistorio de la Jana han puesto de nuevo un recurso contra la disposición o fórmula de gobierno valenciano para distribuir los fondos de lucha contra la despoblación. Que insistan hasta la saciedad. Esos fondos posiblemente no acaben de solucionar el problema de la despoblación. Pero ayudarán a estabilizar el problema, y a que ese pueblecillo con un término municipal tan escaso y diminuto no pierda habitantes. Esa localidad hispana, valenciana y castellonense guarda mucha historia y vida. Necesita los fondos que son de todos los contribuyentes. Como la historia, como los olivos.

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