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INQUIETUDES DE UN EUROPEO

Francesc Michavila

Ser de Castelló, mi forma de ser europeo

Anteayer recibí el mejor reconocimiento que jamás pude soñar: mi nombramiento como Fill Predilecte

Anteayer recibí el mejor reconocimiento que jamás pude soñar: mi nombramiento como Fill Predilecte de Castelló, la ciudad que tanto amo. Una emoción intensa y una alegría desbordada me embargaron durante la entrega de tan maravilloso reconocimiento. También lo hizo la duda. ¿En mi trayectoria vital y académica hay razones suficientes para tan alto honor, que solo unos pocos han recibido en el pasado? Ninguna otra distinción recibida con anterioridad significa tanto para mí, por venir de quien viene y por permitirme una identificación indisoluble con mi pueblo, con mi tierra y mis compatriotas.

Desde que conocí la voluntad del Ajuntament de Castelló de otorgarme el reconocimiento, mi cerebro busca qué palabras son las más certeras para expresar cuanto siento y el modo de entender la vida al que siempre he querido ser fiel. Desde la infancia hasta el presente, me adentro en mi ser, en mi forma de ser «yo mismo»: esa esencia de la personalidad propia que Michel de Montaigne definía como rester a soi-même. Por ese motivo, quisiera mostrar mi ciudadela interior, según denominó Goethe a esa parcela del espíritu que debemos preservar, pues sintetiza la esencia de nuestra vida. Los cinco primeros años de mi niñez fueron un tiempo de juegos, tiempo de felicidad plena. Bastaba apenas con disponer de una caña en las manos como gran riqueza, imaginar cualquier fantasía infantil y bordear en permanente carrera la Séquia Major, visible entonces al final de Palmeretes, esquina a Ros de Ursinos donde vivía, a la que diariamente acudía acompañado, mejor diría guiado, por Conxín, una niña de unos escasos años más, convertida en mi primera compañera de juegos, y a quien, quizás, por ser ambos hijos únicos, y vecinos, tenía por mi hermanita mayor. Dice el poeta checo Rainer Maria Rilke que la verdadera patria del hombre es la infancia, y tiene razón. Aquellos primeros años me identificaron con Castelló, lo sentí como mío con ese apasionamiento que solo un niño es capaz de sentir tan vivamente: esas vivencias en la calle y los relatos que escuchaba en casa, por boca de mis padres, fueron el germen del que brotó un sentimiento de lealtad a lugares y costumbres que abracé para siempre. Mi primera forma de considerarme parte de una identidad, de una forma de entender la vida, que nunca iba a abandonar. En los años que siguieron, lejos de ese horizonte tan querido, donde estuviese, en Sevilla, Madrid, París o Pennsylvania, nunca de dejé de pensar en mi dulce tierra.

La fidelidad a esa idea existencial, que había aprehendido por la vía sensual, ya no me abandonó fuese donde fuese, tomase la decisión que tuviese que tomar. Nunca renuncié a ella. Así ocurrió cuando llegó el ofrecimiento, de la mano de Daniel Gozalbo y de Joan Lerma, de diseñar, de darle forma e impulsar la creación de una universidad en mi amada ciudad. No lo dudé ni un instante ni medí su oportunidad en aquel momento para mi carrera científica y docente. Como si fuese movido por un resorte, dejé otros compromisos académicos y me puse inmediatamente a la tarea de procurar una respuesta satisfactoria a tan gran honor.

En la lejanía o en la proximidad, siempre veía a la sociedad de Castelló, con la que tanto me unía, como un conjunto de seres trabajadores, creativos y respetuosos con los demás. Un pueblo vitalista, tolerante, pacífico y festivo. Cuando, al madurar mi pensamiento, abracé la causa del europeísmo no fue para mí la incorporación de un factor nuevo que conformase un binomio en mi pensamiento, no se trataba de una dualidad por más armónica que fuese. No, era una manera de ampliar mi horizonte, pero no algo nuevo, porque para mí los valores que definen nuestro sentimiento como pueblo coinciden plenamente con los llamados valores europeos. Cuando visité Ítaca, al encuentro con el espíritu de Ulises en Stavros, donde estaba su casa familiar donde le aguardó Penélope, el palacio de su padre el rey Laertes, no me sentí un viajero solitario, sino que mi imaginación me hizo suponer a mi pueblo acompañándome para rendir un homenaje al más legendario y grande de nuestros héroes mediterráneos.

No me cabe duda alguna de que los valores que definen la sociedad de Castelló coinciden plenamente con los denominados en el Tratado de Niza como los valores europeos, a los que sumamos nuestro amor especial por la música y la pintura, así como el cultivo de la amistad duradera. Como escribí en el primer artículo de esta serie de contribuciones mensuales sobre las «inquietudes de un europeo», en septiembre de 2019, Europa somos nosotros, los europeos del norte y los europeos del sur, los mediterráneos. Cada uno con sus virtudes y con sus defectos. En ningún lugar me siento más radicalmente europeo que a la orilla de nuestro mar Mediterráneo. Ser de Castelló es mi forma de ser europeo.

Hay no pocas pruebas de grandeza en la historia de Castelló, de las que podemos sentirnos orgullosos los que somos sus hijos. Una de mis preferidas está simbolizada en el Obelisco erigido en el Parc Ribalta, que rinde homenaje a las gloriosas jornadas de julio de 1837 en las que nuestro pueblo defendió heroicamente la libertad frente al absolutismo. Cada vez que me visita un amigo venido de otras tierras, le acompaño a visitarlo y aprovecho la oportunidad para relatarle con orgullo aquel momento histórico. Pero no basta con conformarnos con lo que hemos sido o somos, la hora actual es la hora de abrir Castelló al mundo, en mayor medida que hasta la fecha, no solo con exportaciones industriales o agrícolas. Un Castelló de la ciencia y la educación, con su presencia activa en los foros de ciudades europeas, con ideas y experiencias propias. Castelló está en condiciones, gracias a su Universitat Jaume I, de crear y extender conocimientos, alejándose de cualquier actitud resignada o propia de un conformismo secundario.

La vida de una sociedad, también de la nuestra, tiene mucho de una carrera de relevos, de recibir el testigo para entregarlo posteriormente en las mejores condiciones. Lo nuestro es pasar, como decía Machado; queda nuestro pueblo, al que nos debemos. Mi relevo lo asumo con gran responsabilidad.

*Rector honorario de la Universitat Jaume I

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