TRIBUNA

Cosas de aviones y de abuelos

El aeropuerto del chiste y la mofa es hoy una terminal por la que en mayo pasaron 26.772 pasajeros

Javier Andrés

Javier Andrés

Estos días he estrenado la nueva temporada de la línea aérea entre Castelló y Sevilla. En apenas una hora pude abrazar a mi nieto Olmo y acudir a su fiesta de fin de curso. Cosas de abuelos. Sobrevolando el Morico, mi cima preferida del Desert de Les Palmes, la azafata confirmó que íbamos a tener un viaje placentero. Fue en ese momento cuando el hipocampo se activó en mi cerebro para hacer de las suyas. En algún sitio he leído que «si el hipocampo se daña, desaparece la capacidad para recordar cosas, junto con la habilidad para reconocer peligros o amenazas».

Cosas de aviones y de abuelos

Cosas de aviones y de abuelos / javier Andrés

Pues ya está --me dije--, ya entiendo por qué PP y VOX van a gobernar esta Comunidad durante al menos los próximos cuatro años: pérdida colectiva de memoria. Enigmas de funcionamiento del hipocampo que espero conservar intacto, como mínimo, el tiempo que tarde en redactar este artículo.

Solo así, con el hipocampo en forma, reviví en mi mente la imagen de Carlos Fabra abrazado a su nieto: «¿Te gusta el aeropuerto del abuelo?», le preguntó.

Era marzo de 2011 y el entonces todopoderoso, y todavía no condenado, presidente de la Diputación inauguraba con Francisco Camps un aeropuerto sin aviones para que los ciudadanos pudieran «caminar por las pistas, algo que, evidentemente, no podrían hacer si fueran a aterrizar o despegar aviones». Fabra dixit.

Llegados a este punto el hipocampo siguió activo. Recordé cómo el aeropuerto del abuelo pasó a ser el aeropuerto del amigo en el que solo operaba el avión del equipo de fútbol de Fernando Roig. Al ser requerido por la justicia sobre el préstamo que le hizo de 1,7 millones de euros, lo reconoció: «Porque era amigo mío, porque tengo el dinero en la cuenta y podía ayudarlo y me apeteció».

Hoy en día el avión del equipo del amigo no viaja solo y los nietos de Fabra no pueden jugar por las pistas. El aeropuerto del chiste y la mofa es hoy una terminal por la que el mes de mayo, el mismo en que fuimos a votar, pasaron 26.772 pasajeros. El mejor registro de su historia. Este verano once rutas operarán en la base donde otro buen amigo, el beato Ripo, dejó huella de su peculiar arte y de su reconocida lealtad.

Convendría a muchos cortos de memoria, y a mucha prensa entregada a la causa, refrescar el hipocampo y reconocer qué aeropuerto dejó el PP del Alberto Fabra expresidente del Consell y qué aeropuerto se encontrará el PP del Alberto Fabra hoy en tránsito hacia el Congreso de Diputados.

Todo cambió con la llegada del president Ximo Puig al Palau de la Generalitat. O se cerraba, y se perdía la inversión de más de 150 millones de euros de dinero público, o se apostaba por su explotación como motor económico y turístico de la provincia. Hoy las once rutas que operan suponen una oferta potencial de 250.000 pasajeros y 1.500 vuelos regulares. Antes, la nada. Cero aviones y cero pasajeros. Como diría Aznar: «Pero no cualquier cero, no, cero patatero».

Hemos leído que aquellos a los que les funciona el hipocampo mantienen intacta la «capacidad para recordar cosas, junto con la habilidad para reconocer peligros o amenazas». De eso va la cosa. De tener muy presente qué pasó y, sobre todo, de no perder la capacidad de reconocer peligros y amenazas. Y la llegada de la extrema derecha a las instituciones de la mano del PP lo es sin ninguna duda.

Fin de trayecto. Ya en Sevilla pude abrazar a mi nieto. Algún día, si el hipocampo no me juega una mala pasada, le explicaré a Olmo la historia de nuestro aeropuerto. Será una conversación de abuelo a nieto cuando él aterrice en la misma terminal en la que Carlos Fabra abrazó al suyo y le enseñó su aeropuerto entonces sin aviones.

No tiene más importancia, en los dos casos son cosas de aviones y de abuelos. Lo realmente preocupante es lo otro, lo del hipocampo de algunos. De muchos, me temo.

Periodista y escritor

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