A QUEMARROPA

El mendigo y el policía

Pablo Sebastiá

Pablo Sebastiá

Hace unas semanas, caminando por las cuatro esquinas de la capital de la Plana, observé una escena que resultaba bien curiosa. Un policía municipal hablaba con un mendigo, un hombre mayor, habitual de la zona, que suele sentarse por allí y pedir ayuda para comer. El caso, queridos lectores, es que algún viandante o comerciante cercano llamó a la policía para quejarse por algo de lo que el buen hombre había hecho.

Lejos de reprenderle con severidad, pasándose de la raya, o tratarlo con condescendencia, lo que habría supuesto una dejación de funciones lamentable, el agente de la autoridad mantuvo una actitud que me pareció encomiable. Con un tono de voz amable, un lenguaje corporal distante y cierta dureza en las palabras, mantuvo una posición que imponía el respeto propio que requería el momento, pero sin apabullar a un ciudadano que a todas luces ha visto mejores momentos en su vida. La mezcla de estos tres elementos comunicativos, ya les digo, la amabilidad en el tono, la oficialidad corporal y la exigencia que remarcaban las palabras elegidas, me pareció fascinante.

«Vamos a intentar mantener lo que hemos acordado», terminó por decir el agente. En ese instante supe que tarde o temprano escribiría este artículo. Los conocimientos sobre cómo realizar su trabajo, amén de las habilidades adquiridas a lo largo de los años, hicieron que aquel policía realizara su trabajo con el grado justo de amabilidad que requería el momento sin dejar de transmitir la autoridad propia de su cargo. Eso demuestra, una vez más, que los agentes policiales bien preparados, humildes pero sabedores de qué representan, bien formados, con experiencia y buen juicio son fundamentales para mantener cierto grado de cordura y equilibrio en la sociedad en que vivimos. Los agentes mal preparados solo aportan crispación. H

Escritor

Suscríbete para seguir leyendo