Cosas mías

Delitos del medievo

Antonio Gascó

Antonio Gascó

Podemos imaginar el Castelló bajomedieval, como muy similar a las ciudades musulmanas pobres del Norte de África de hace poco más de medio siglo: casas de tapial, formando calles transitadas por hombres, mujeres, sobre todo, niños jugando animadamente por doquier a los palitos, a las birlas o a la trompa y, además, animales sueltos que avivaban el ambiente, durante las horas diurnas. Por el contrario, a partir del crepúsculo, las vías públicas se volvían solitarias sin otra parranda que los maullidos gatunos, ya que hasta los cantos serenateros, estaban prohibidos por decreto municipal.

La noche era especialmente propicia para el robo, buena prueba son los numerosos decretos recogidos en el Llibre d’Ordinacions, respecto de las sustracciones en los huertos, que permitían aliviar el hambre o sacar algún provecho con una venta furtiva. De hecho, el Ayuntamiento nombró dos parejas de alguaciles para vigilar los terrenos, que podrían ser un precedente de los populares guardias de campo, de la Hermandad de Labradores. En ocasiones, el justicia solía acompañar a los alguaciles para llevar a cabo la ronda de inspección nocturna.

Pero la ciudad, si nos olvidamos de los ataques de bandoleros o las enemistades entre familias, no presentaba un panorama excesivamente pendenciero. Pau Viciano, en un sabroso y bien documentado artículo, publicado en Hispania, refiere que, en los registros documentales del justicia, existe información sobre 401 delitos denunciados a lo largo del siglo XV, por lo que se cometían cuatro fechorías graves al año, en un hábitat de unas 2.000 almas, de las cuales pocas acababan con sangre y menos con la calificación de homicidios. Las reyertas más habituales solían ser a puñetazos .

Cronista oficial de Castelló

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