La firma del director

Una fiesta que da miedo

Ángel Báez

La visita a los cementerios con motivo del primero de noviembre forma parte de esa secular tradición que nos une más allá de las creencias que nos impone cada año el santoral. Pero más allá de estas fechas, los cementerios siempre han sido un polo de atracción hacia lo desconocido. Lejos quedan hoy aquellos allanamientos de morada que ejercíamos en nuestra sacrílega adolescencia, con saltos de valla del camposanto en una insultante muestra de tierna arrogancia y el pulso constante al miedo que hoy dejarían en ridículo a las máscaras del importado Halloween made in China.

Mucho ha cambiado este primero de noviembre. Aquella vieja Fiesta de Todos los Santos previa al cambio climático nos obligaba a sacar las primeras prendas de abrigo, nos invadía aquel olor a castaña asada y el traqueteo de unos productos secos que nos anunciaban el invierno. De todo esto poco queda en un armario donde las prendas estivales se resisten a hibernar con un comercio que hoy luce en sus escaparates el estoc ya en puestos de salida para las próximas rebajas.

El culto al miedo, a lo incierto y misterioso siempre ha sido una de las bazas del Día de los Difuntos para atraer nuestra atención. Sin embargo, más allá de los osarios que tanto nos inquietan, lo que más asusta hoy debiera ser cómo cambia un clima que vacía los cauces, seca los cultivos, expande las plagas o encoge el litoral. Es tiempo de temores, sí, porque cada año vemos cómo se evidencia el cambio de los patrones climáticos y eso sí parece motivo para sufrir pesadillas.

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