LA PLAZA Y EL PALACIO

Embestidura

Manuel Alcaraz Ramos

Manuel Alcaraz Ramos

Acostumbro a decir a mi alumnado, en las primeras clases del curso, que el Derecho Constitucional es, ante todo, un lenguaje del que hay que apropiarse, porque las palabras significan lo que significan y no cosa “parecida”: leves cambios alteran el valor del producto. Pongo siempre el mismo ejemplo, una anécdota auténtica y reiterada: preguntado en un examen las formas de acceso a la Presidencia del Gobierno, suele haber quien incluye “la embestidura”. Concluyo afirmando que no está bien embestir al candidato, se mire como se mire. Sin embargo, ahora lo entiendo, muchos compatriotas piensan que estoy equivocado.

Quizá no sea sorprendente esta “envidia de toro”, variante españolísima de algún trauma freudiano, avivado por el auge político de la tauromaquia y su rancio casticismo cultural, amasado en sangre hirviente y amor a los gerifaltes de antaño. Esta mezcla de cacería con alamares y carlismo actualizado es lo que da vidilla cotidiana a las derechas autóctonas. Dios nos las conserve. Los toreros y los pijos embrutecidos por las noches de odio a la policía y al sistema contra el que combatieron sus ancestros, son valientes porque pasan miedo. El valor es la superación del miedo. Por eso especulan con las posibilidades de meter miedo a esta horda de ciudadanía llamada tradicionalmente pueblo español. Juan Luis Cebrián –sí, este Cebrián, el de siempre- comenzó un libro en 1980 diciendo: “Si alguna palabra puede definir por sí sola el actual momento político y social español esa palabra es, por dramática y tremendista que a algunos les parezca, miedo”. Y no le faltaba razón, con ETA y los franquistas al acecho o directamente asesinando. El libro, por lo demás, incluye fortísimas diatribas contra el peligroso Adolfo Suárez. Hay que ver.

Pues así estamos: el cobarde bravucón embiste. Los que tienen miedo son esa estirpe con casta autárquica y desesperada al ver cómo se ensombrece el esquema simbólico de sus privilegios y seguridades. Y eso que, en general, la Iglesia está apaciguada, que lo mismo el Papa es sanchista y el Sínodo una añagaza del maligno pactada en Bruselas. Así que embisten ante la malísima noticia de que la democracia persiste y, a base de estas aventuras, tan traumáticas, de pasearse por el filo de la navaja de la constitucionalidad, se curte. Ejemplos hay de países democráticos en que la superación de crisis puede pulir la convivencia. Aquí lo vivimos venciendo el terrorismo etarra, el 23-F, con la gestión de los atentados de los trenes en Madrid o frenando una corrupción sistémica en aparatos del Estado. Me pregunto qué hubiera pasado si algunos de los que ahora vociferan hubieran mandado por esos entonces –en realidad vimos lo que hizo el PP con los atentados de Madrid: mentir a todos, ofender a las víctimas-.

La democracia española subsiste. Y sigue siendo una de las más sólidas del mundo. Y lo es porque cuando deben funcionar, han funcionado, contra toda presión, las instituciones. El problema es cuando algunos deciden por su cuenta apropiarse de la Constitución y leerla de manera que sólo la conciben como el envoltorio seco y abrupto de las glorias nacionales. No entienden que para eso no sirven las Constituciones democráticas y normativas. Una cosa es que alguien, en el desempeño del poder –o de la oposición-, vulnere un aspecto de la Constitución, y entonces la misma Carta Magna tiene mecanismos de corrección; y otra desdeñar el conjunto de la Constitución en nombre de la Constitución, en cuanto que concebida como emblema agrio de una España ahistórica, anclada en un pasado de héroes, misioneros, patriotas y toreros asediados por liberales o socialistas. Entonces es cuando embisten.

Y forman Santa Alianza y reclaman la llegada de Cien Mil Hijos de la Gran Fruta, por lo menos, por si no fueran suficientes los tránsfugas solicitados que nunca lograron, o militares civilizados que ahora están a cosas serias. (Por cierto: Valentín Ferraz fue un militar que anduvo en conspiraciones golpistas pero que llegó a Presidente de Gobierno durante 17 días. Poco es, pero suficiente para alzar más resortes del odio). O piden que el Rey y el Senado vulneren la Constitución en nombre de la Constitución y frenen una Proposición de Ley que tiene amplia apariencia de constitucionalidad que, si no, ya lo dirá el TC. En la tropilla reclutada con efectismo y rapidez también hay jueces, alabado sea San Raimundo de Penyafort, patrono y catalán, que se manifiestan, con sus puñetas y togas –que se las presta el Estado-: ¿qué sería de su independencia, inmaculada de ideología, si en el futuro hubieran de juzgar aplicando normas que ahora se desea quemar en independiente y prudente inquisición? Siempre podrían decir que es que cuando se manifestaron la ley no existía, que ellos, como eternos independientes, es que se manifiestan de oídas. Lo que sería muy tranquilizador. (Estos días me ha venido a la memoria cómo se recusó, contra toda decencia y lógica jurídica, a un Magistrado del TC, gran constitucionalista, para que no interviniera en la Sentencia del Estatuto catalán, alterando posiblemente el resultado y ayudando a que fuera fuente de muchos males. Entonces no hubo manifestaciones de juristas. Tampoco cuando se filtraron conversaciones de prebostes del PP atribuyéndose el control de la independencia judicial. Ni las hay contra la vulneración que el PP hace de la Constitución manteniendo el CGPJ criogenizado).

Presidentes autonómicos y alcaldes embisten, anunciando que usarán sus instituciones para atacar sin desmayo al Gobierno legítimo de España. Pierden con ello su legitimidad: ¿pues dónde dice la Constitución y Estatutos que sea una competencia de sus instituciones?, ¿es esa la forma de concebir la lealtad a España? Porque una evanescente “deslealtad” a penalizar ya está en la sala de máquinas del PP: hay interesante jurisprudencia contraria a los argumentos que Feijóo ha esgrimido sobre esta cuestión.

Y estupendos empresarios embisten. Ignoro desde cuando les ha salido este afán patriótico, lo mismo es que la patria de verdad exige menos impuestos y menos salarios y precios más altos en la vivienda y mayores ganancias. Uno habla de Portugal y se lía, que no se hado cuenta de que allí están con un Presidente dimitido por un caso de corrupción que suena mucho a trampa. Y otro pide un referéndum sobre la amnistía: es posible que en el conjunto de España ganara el “no”, pero en Catalunya arrasaría el “sí”: favor mayor a los independentistas no alcanzo a imaginar. Siempre podrían pedir consejo a González y Guerra: “Amnistía, de entrada no”. Y luego a ver qué pasa. Pero ni a eso llegamos. Mejor D. Manuel Fraga, aquel que dijo que no había que hacer Constitución, que con arreglar Leyes Fundamentales ya valía (luego se apuntó pero sólo logró que la votara la mitad de su partido). Fraga, en fin, es el padre de la frase democrática por antonomasia: “¡La calle es mía!”. Y ahí siguen, convertidos en bous al carrer. El PP limpio y aseado justifica los altercados “sin violencia” –lo mismo los pueden vender en el extranjero contra España, una de sus especialidades-. Pero hay muy poco PP con mando en plaza sin Vox y Vox se mezcla y anima a lo peor de los suburbios del fascismo.

Tengo escrito que no todo lo pactado que permite que tengamos Gobierno me gusta. Pero visto lo visto, oído lo oído, mejor hacer un recorte y seguir vivos. Tiempo habrá para nuevas cuitas. Que también estoy harto de elegantes retraídos, febriles artilleros en privado que no dirán ni “mú” en público, que aquí todo el mundo quiere ser perfecto e independiente. Ahora a tras la barrera a ver cómo se desinfla la histeria –porque se va a desinflar, aunque los denuestos prosigan, que eso va barato-. Por una vez diré: ¡viva el Gobierno democrático y constitucional!

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