La rueda

El auge del Black Friday

Henri Bouché

Henri Bouché

Hay fenómenos que, pese a la distancia en el tiempo y en la diferencia cultural, renacen como el ave fénix de sus cenizas y aparecen para quedarse. Uno de ellos es el que tiene visos de sentar raíces por lejanas que sean las originales, en aras, fundamentalmente, del creciente consumismo. Nos referimos al tan cacareado Black Friday, Traducido al castellano --o sin traducir conscientemente-- de la celebración del cuarto jueves de noviembre, día después del de Acción de Gracias. Fue, como durante algún tiempo se dijo, un intento de soborno de inversores frustrado con tintes de esclavismo y que llevó el nombre de Viernes Negro desde 1950 hasta la actualidad.

Desde esa fecha se propició la compra masiva de artículos y, en cierta manera, se incrementó la vertiente consumista que ha llegado hasta la actualidad con una extensa gama de los más diversos productos; compras de vestidos, oferta de viajes, turismo, hostelería, compraventa de coches, etc.

España no podía ser ajena a este fenómeno y el boom del Black Friday se introdujo exitosamente en el año 2002, arropado por las grandes firmas del comercio nacional, que incrementan a una velocidad impresionante sus compras cada año y, además, con antelación suficiente, ya que las navideñas han comenzado ya con una antelación cada día mayor. ¡Cosas del consumismo!

Pero, no todo el consumismo es igual: puede ser racional, sugestionado, impulsivo/compulsivo, indiferente, experimental, convertir el consumo en un gasto necesario… Naturalmente, en ello influyen factores, tales como la publicidad, que son determinantes para la voluntad del consumidor.

Uno de los problemas es el exceso de compra que luego resulta inservible y que acabará siendo producto de desecho y, por consiguiente, de contaminación.

El problema viene de antiguo: dicen que el presocrático Diógenes el Cínico (quien, como se sabe, tenía como vivienda un barril, un candil y poco más), bebía el agua de la fuente con un sencillo recipiente; pues bien, un día vio que los niños bebían de la fuente pública con el cuenco de sus manos y se percató que también él podía prescindir de su sencillo bote. Y lo arrojó. ¡Ni tanto ni tan calvo! Hay, en contraposición lo que ahora llamamos el consumo ético, que no hace falta definirlo.

Profesor

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