A Debbie Reynolds se la recuerda por su papel de debutante pizpireta en Cantando bajo la lluvia, el más perfecto de los musicales jamás rodados; por ser la madre de Carrie Fisher (para entendernos, la princesa Leia de La Guerra de las Galaxias) y por el escándalo que se desató medio siglo atrás cuando su gran amiga Liz Taylor le birló el marido, Eddie Fisher. Más desconocida es su faceta como coleccionista de recuerdos de películas, de vestuario y utillería hollywoodenses, que inició durante la década de los 70, cuando los estudios saldaron algunos objetos de la época dorada de la industria del cine.

Acuciada ahora por las deudas --Reynolds también se casó varias veces y los divorcios le salieron carísimos--, la actriz, que actualmente tiene 79 años, se vio obligada a subastar el pasado sábado las cotizadas piezas de su colección. Y la decisión le ha salido redonda.

No es de extrañar que el vaporoso vestido blanco con el que Marilyn Monroe sedujo a Tom Ewell en La tentación vive arriba haya alcanzado el precio más alto en la subasta, 3,2 millones de euros. Algo menos, unos 800.000 euros, se pagaron por otro vestido inolvidable, el de color rojo, ceñidísimo y con lentejuelas con el que Marilyn aseguraba con candor que los diamantes son los mejores amigos de las chicas en Los caballeros las prefieren rubias. Mucho más sencillo es el vestido de algodón azul con el que Judy Garland soñaba con un mundo mejor más allá del arco iris (origen del distintivo gay) en El mago de Oz. Se ha pagado por él 635.000 euros.

UNA AMPLIA COLECCIÓN Pero estas tres piezas son tan solo una parte mínima del total de 3.500 vestidos y 20.000 fotografías y objetos que componen una colección por la que Reynolds luchó durante mucho tiempo con el fin de encontrarle un lugar de exposición en la ciudad de Los Ángeles. Cansada y arruinada, finalmente ha decidido tirar la toalla, y el próximo mes de diciembre acabará de liquidar el resto de la colección.

Para hacerse una ligera idea de los tesoros que la actriz ha conservado, no hay más que pensar en los más memorables. El vestido blanco con el que My fair lady visita Ascot, la guitarra que Julie Andrews rasgaba en Sonrisas y lágrimas, los bombines y el Ford T que utilizaron el Gordo y el Flaco o el vestido de fiesta en el que Barbra Streisand se embutió en Hello Dolly.

Particular interés para los amantes de los cotilleos tienen los vestidos que pertenecieron a la fallecida Liz Taylor (un tocado que llevó en Cleopatra y un vestido que lució en Fuego de juventud) con la que Reynols hizo finalmente las paces en el 2001.