Hace dos años

En el corazón de un volcán dormido

Dos años después de la erupción, el enfriamiento de las coladas permite a los científicos aventurarse a la cicatriz que ha dejado el Tajogaite para conocer sus estructuras geológicas únicas

Un viaje al tubo volcánico del Tajogaite

Andrés Gutiérrez

Verónica Pavés

Silencio. El 24 de diciembre de 2021 ya no había rugidos, ni lava ardiente corriendo ladera abajo. Tampoco el espeso humo negro que vaticinaba una inminente explosión. El volcán de La Palma, sin fuerza tras 85 días y 8 horas de actividad, había decretado su propio fin el 13 de diciembre bajo la atenta mirada de científicos, ciudadanos y políticos que contenían el aliento por si aquel coloso decidía volver a escupir fuego. Dos años después, el «monstruo» ya no respira, pero su corazón no ha dejado de latir.

Pese a que la normalidad ha regresado a la mayor parte del Valle de Aridane, un silencio estremecedor sigue haciendo suyo los rincones más cercanos a los lugares donde la lava discurrió, engulló y dilapidó hogares, fincas y pueblos enteros. Heridas que aún estando en pleno proceso de enfriamiento y desgasificación, se resisten a cerrar.

En la inhóspita región palmera perturbada por el volcán Tajogaite, cada roca, cada ceniza y cada iridiscencia del picón es testigo de la historia de la erupción más larga y más voraz a la que se ha enfrentado Canarias. Una historia que ya ha reescrito el pasado y que debería ser tenida en cuenta para el futuro. Un testigo que corre el riesgo de derrumbarse para regresar a un tiempo pretérito que, sin embargo y por mucho que se desee, ya nunca va a volver.

En algunos recovecos de los largos y gruesos brazos del volcán aún emana el calor de la roca incandescente que reposa bajo lo que hace apenas dos años era lava ardiente

"Es el momento de avanzar y pensar en las siguientes generaciones", insiste el espeleólogo palmero Octavio Fernández Lorenzo mientras camina por una de las pistas forestales que confluyen con uno de los extremos de la colada de lava. Fernández lleva ya más de un año estudiando la formación de tubos volcánicos en las coladas de lava, lo que le ha hecho más consciente de la necesidad de conservar gran parte de aquel campo color tizón sin demasiados cambios.

"Volver a construir encima de la lava no es una opción ni lo será en décadas", advierte Fernández. Es algo que ya se ha visto en otros lugares del mundo y La Palma no es diferente. "Tanto en el Teneguía (1971) como en el San Juan (1949) hubo problemas como consecuencia de las altas temperaturas", rememora el espeleólogo. En concreto, tras la erupción de 1949, la población trató de sorribar la tierra hasta aproximadamente el 1955. "Lo hicieron unos seis años después y en las coladas más delgadas y refrigeradas al estar cerca del nivel freático del mar", explica. Todos los plátanos que se plantaban allí acababan muertos.

Fernández toma medidas de temperatura en una de las grietas abiertas cercana al cono volcánico.

Fernández toma medidas de temperatura en una de las grietas abiertas cercana al cono volcánico. / ANDRÉS GUTIÉRREZ

Fernández cree que el pasado puede ser un gran aliado en la reconstrucción futura e insiste en que es el momento de reflexionar sobre cómo sacarle provecho a la catástrofe. Porque el volcán puede estar dormido pero no se le puede dar por muerto. No cuando aún en algunos recovecos de sus largos y gruesos brazos emana el calor de la roca incandescente que reposa bajo lo que hace apenas dos años era lava ardiente; y muchos puntos, incluyendo los más cercanos a la boca y los pueblos de Puerto Naos y La Bombilla, siguen emitiendo diferentes gases tóxicos.

Pese a que algún animalillo ha hecho de las cenizas su hogar, en las zonas aledañas al volcán aún cuesta que rebrote la vida. Los primeros pinos que parecieron brotar tras la erupción han vuelto a morir y en los que nacen en los lugares más alejados del gas, están sufriendo el descontrol que el volcán ha generado en el propio ecosistema.

La imposibilidad de estos últimos para crecer sanos se debe a la proliferación de lagarta canaria del pino (Thaumetopoea pityocampa), una oruga que come las acículas de este árbol y perforan sus yemas provocando que se sequen. Su proliferación exacerbada ha ocurrido porque se ha quedado sin sus depredadores naturales (aves, murciélagos e insectos), que bien emigraron –así lo hizo la mayor parte– no sobrevivieron a las extremas condiciones de vida provocadas por el Tajogaite.

Los científicos canarios se aventuran cada cierto tiempo a las faldas del volcán para registrar todos los cambios que va experimentando este coloso. Se adentran entre la escoria –la lava solidificada en grandes bloques– con botas de montaña, guantes y ropa de abrig. No en vano a más de 1.000 metros de altitud las condiciones climáticas pueden cambiar de un momento a otro. Los investigadores están acostumbrados a los incesantes cambios de temperatura que encuentran a su paso por un terreno irregular e impracticable, pero aún se sorprenden cuando el calor acaricia violentamente su rostro.

"Aquí se nota el calorcito", advierte la geóloga del Instituto Geológico y Minero de España (IGME-CSIC) Nieves Sánchez al resto del equipo que ha decidido emprender una nueva visita al volcán, tras atravesar una enorme roca cubierta a partes iguales por picón y fragmentos apelmazados de color marrón –lo que se conoce como cínder–, de unos cinco metros de alto, que antaño fue parte del cono volcánico.

«Esta estructura se desprendió del cono y bajó arrastrada por la lava hasta este punto exacto», señala Sánchez. La investigadora se encuentra a un kilómetro y medio, aproximadamente, del inmenso cono volcánico del que, a día de hoy, sigue saliendo un fino hilo de humo tóxico. Es el ácido sulfhídrico (H2S) y dióxido de azufre (SO2) que aún guarda Tajogaite en el interior de su corazón.

Los científicos insisten en que la evaluación del valor del nuevo terreno que se ha erigido frente al Tajogaite debe ser pormenorizada y adaptada a la nueva realidad

Son muchos los trabajos que está realizando el IGME-CSIC desde que empezó la erupción (cartografiar las coladas y medir su enfriamiento, localizar las bocas de los tubos volcánicos, describir los minerales, entre otros), pero quizás la más importante hasta la fecha ha sido delimitar la zona que se debe proteger como Patrimonio Geológico.

Así lo han estado haciendo durante los dos últimos años, pero la Administración, en este caso, ha hecho caso omiso. "Se está incumpliendo la Ley de Patrimonio de 2007, que insta a proteger casi todo esto de forma cautelar", argumenta Sánchez con la mirada perdida entre las rocas y unas palas mecánicas que se afanan, apenas unos metros más allá, en eliminar los restos de piroclastos de distintos tamaños.

La importancia reside en la compleja estructura geológica formada durante la erupción. "85 días da para mucho", revela David Sanz, ingeniero geólogo del IGME-CSIC. El joven investigador está desarrollando su tesis doctoral en el volcán. Y aunque aún no tiene claro del todo qué hará con toda la información que ha conseguido recopilar, tiene claro que aún hay mucho que descubrir.

No en vano, pese a que tanto él como Octavio Fernandez han atravesado ya decenas de veces la sinuosa senda entre la lava solidificada, aún encuentran sorpresas escondidas entre la escoria. Un grito de alegría y sorpresa rompe el silencio atronador de las faldas del volcán dormido. "¡He encontrado algo!", resume triunfal Fernández a sus compañeros de viaje. Es una nueva gruta, aún sin descubrir. Uno más de las decenas de tubos volcánicos que encauzaron la lava hasta diferentes ubicaciones del valle. Fernández escruta la cueva que se encuentra a unos 20 metros de altura con respecto al nivel del suelo que existía antes. Y aquella no es la colada de lava más grande de todas. "Hay algunas que pueden llegar a los 60 metros de espesor", explica el espeleólogo.

En la penumbra del tubo

Pero no es este el tubo lávico más increíble que ha encontrado en sus meses de exploración. En busca de las cuevas que van perdiendo calor –la gran mayoría sigue a más de 200 grados de temperatura– Fernández encontró una de las joyas de la corona cerca de las faldas del volcán. Se trata de un tubo volcánico de dos pisos con más de 100 metros de recorrido entre ambos. "En La Palma tenemos una gran cantidad de tubos volcánicos con variadas formaciones. Pero lo que estamos encontrando, que puede ser solamente el 1% de lo que hay en las nuevas coladas, es como si condensara todo lo más espectacular de los otros tubos conocidos de La Palma en unos pocos lugares", explica el espeleólogo que además trabaja de manera habitual en otro de los tubos más conocidos de la isla y elabora los contenidos de su centro de interpretación anexo: La Cueva de Las Palomas y el Centro Caños de Fuego.

Fernández se aúpa a una pared de roca. Ha visto algo que le ha llamado la atención. "Hay plumas, parece el rastro de un cernícalo", sentencia. Y es que pese a las condiciones aún extremas que se viven en las zonas aledañas al volcán, a su alrededor empieza a aflorar la vida. Eso sí, esta discreta colonización no se debe a un ‘bloom’ de especies surgidas por las concentraciones de ricos minerales o emanaciones que conduzcan a ello; los animales e insectos que llegan hasta allí lo suelen hacer por despiste o en un afán por descubrir nuevos lugares donde cazar o anidar.

"En todos los tubos que hemos podido visitar, y que están a una temperatura inferior a los 60 grados, hemos encontrado telarañas, arañas, palomillas y hasta mosquitos", revela Fernández, que lamenta que, sin embargo, muchos mueren incluso antes de poder percatarse del lugar en el que se encuentran. A esta fauna cavernícola se la conoce como trogloxenos, ya que son externos a la cueva. "Las polillas, por ejemplo, llegan volando, quizás atraídas por esta zona más cálida, pero una vez avanzan cierta distancia y llegan a un área más caliente mueren", explica el investigador.

La entrada al piso inferior del tubo volcánico está coronada por una imponente cascada fosilizada de unos seis metros de altura por la que hace tan solo dos años discurría a borbotones un intenso torrente de lava. Debajo y precisamente en la boca del tubo, comienzan a verse unas estalactitas de lava bañadas en un mineral de color blanco. «Todas estas formaciones son producto de la desgasificación», explica el espeléologo. Con mucho cuidado para no tocar nada, el científico se adentra en la grieta pertrechado con un casco con linterna integrada.

Desde el extremo de las estalactitas volcánicas caen gotas de agua. Pero el espectacular contraste de colores no durará mucho. "Son minerales efímeros y van a ir desapareciendo a medida que el agua de lluvia traspase la roca", revela el investigador, mientras murmura hacia sus adentros que debe volver pronto para recoger muestras. "·Cuando se forman son de una manera y, a medida que el agua vaya hidratándolos, se convertirán en minerales diferentes", revela.

Imágenes del volcán de La Palma dos años después de la erupción.

Imágenes del volcán de La Palma dos años después de la erupción. / ANDRÉS GUTIÉRREZ

Con el tiempo, lo que hoy es tan solo lava petrificada en el tiempo, se convertirá en un lugar apacible para los microorganismos. "Ya lo hemos detectado en algunos lugares, tenemos un primer dato que es muy prometedor", adelanta Fernández, que sin embargo, no entra aún en detalles. "Estamos estudiando los datos y publicaremos algo pronto", revela.

El poder comprobar cómo y en qué tiempos comienza la colonización por microorganismos tiene un gran interés científico, pues muchos de ellos, con el tiempo, pueden llegar a tener un potencial biotecnológico. En otros tubos volcánicos de La Palma, mucho más antiguos, han evolucionado bacterias particulares que podrían tener aplicación incluso para el desarrollo de antibióticos.

En el interior de la enorme boca subterránea, la temperatura desciende de manera abrupta. No son muchos metros transitables, apenas unos 40 y al final, prácticamente hay que ir a gatas. "Hay un bajón del techo más adelante", advierte Fernández al resto de científicos. Nieves Sánchez enfoca su linterna frontal hacia los techos, las paredes y los suelos volcánicos que pisa agachada y con sumo cuidado, tratando de descifrar qué estructuras geológicas se encuentran dentro de la gruta.

"Este tubo se formó dentro del propio canal lávico", explica el espeleólogo. Mientras la erupción estaba en pleno apogeo, la lava fluía por una suerte de canalón que, por acción de la temperatura ambiente, se fue convirtiendo en un tubo. Primero se cerró uno, y luego otro más encima, dando lugar a los dos pisos que hoy muestra este tubo.

La grieta

A las faldas del volcán la escarpada pendiente que está cubierta por varios metros de ceniza lo que lo convierte en un terreno muy difícil de transitar, especialmente cuando se trata de no dejar huella para no alterar el terreno. A cada paso que los científicos tratan de dar en su ascenso hasta la cumbre, sus botas se hunden entre diminutos y afilados piroclastos. Y mientras tratan de guardar su aliento para conservar las fuerzas para subir, el peligro del volcán empieza a ser palpable.

"Tenemos que tener cuidado a partir de ahora, los niveles de gases están aumentando a medida que subimos", les advierte Fernández a sus acompañantes tras echar un breve vistazo a su detector multigás. Hasta el momento apenas había notado el ácido sulfhídrico o el clorhídrico, pero a medida que se acercan a la zona cero del Tajogaite, la situación empieza a cambiar.

La siguiente parada está más arriba. Mucho más. A los pies del propio cono volcánico, en una pequeña protuberancia cercana, se ha abierto una grieta de gran interés para la ciencia. De ella aún emanan gases tóxicos y un ingente calor. En esa inhóspita zona, ni siquiera las botas son capaces de resguardar a los científicos de las altas temperaturas. El suelo quema y el aire empieza a enrarecerse. Los investigadores sacan de sus mochilas unas máscaras de gas que llevan en bolsas hreméticas. "Así los filtros se conservan mejor", explica Nieves Sánchez. Ataviados con sus equipos de protección individual, los investigadores suben a la cima de aquella pequeña montaña recubierta de suelos de colores vivos, fruto de los gases y minerales que allí se están creando continuamente.

Imágenes del volcán de La Palma dos años después de la erupción.

Imágenes del volcán de La Palma dos años después de la erupción. / ANDRÉS GUTIÉRREZ

El pequeño aparato de Fernández empieza a pitar al mismo tiempo que un gas picante se comienza a sentir en los ojos. Los niveles de ácido clorhídrico (HCl) se han elevado por encima de los valores recomendables para la vida. "Con las semi-máscaras podemos estar un rato aquí, pero no mucho más", revela Fernández. De hacerlo sin protección podrían sufrir desde irritación, hasta quemaduras e incluso edemas pulmonares.

Las condiciones son extremas, pero para los científicos esa pequeña grieta de colores verdes y ocres es una ventana hacia el pasado, el presente y el futuro. "Aquí podemos ver la temperatura real a la que se encuentra el volcán", insiste David Sanz. Con una sonda, un medidor de temperatura y un dron térmico, los investigadores empiezan a tomar datos. "Ya vamos por 720 grados”, le asegura bajo la máscara Sanz a Fernández.

La madre de todas las lavas

Desde ese lugar, el Tajogaite adquiere aún más majestuosidad. Quien quiera que mire hacia arriba se encuentra con una gran muralla construida con la piroclastos que emergió desde el fondo de la isla, formando, a lo largo de los días y las noches, el cono volcánico que ahora se erige como el recuerdo más evidente de una de las mayores catástrofes volcánicas a las que se ha enfrentado ningún lugar de Europa en las últimas décadas.

Entre el cono y la base se encuentra una hendidura que lleva a una profunda gruta. "Ese es el tubo volcánico principal, el que canalizó toda la lava que salió a la superficie", explica David Sanz. Es un tubo complejo, lleno de recovecos y de surcos que cuentan la historia de cada tipo de lava que encauzó por él.

"Esta es la fisura eruptiva principal, la zona donde el volcán sacaba lava de manera más efusiva", explica Sanz. Entre escoria y cenizas no es difícil imaginar cómo la roca incandescente llegaba hasta ese punto a borbotones. De hecho, era tal la cantidad de lava que se retenía en ese mismo punto que llegó a formar un lago. "Los desbordamientos de esa charca fueron los que más influyeron a la hora de generar el campo de coladas que se extendió más de seis kilómetros hasta la costa", insiste Sanz.

Imágenes del volcán de La Palma dos años después de la erupción.

Imágenes del volcán de La Palma dos años después de la erupción. / ANDRÉS GUTIÉRREZ

La imponente figura del volcán se esboza sobre la fisura principal. «Ahí atrás están todos los conos por los que salieron los jets de lava hacia la superficie», revela Sanz. En un leve vistazo hacia la cima es posible visualizar un hilo de humo blanco que baila al son del viento. «Son los gases que sigue echando la atmósfera como parte del proceso de enfriamiento del dique principal», recuerda Sanz.

Desde esa charca de lava se creó un gran tubo que unos metros más allá se disgrega y cae en picado hasta formar otra de las estructuras geológicas más impresionantes que ha dejado Tajogaite: el llamado jameo del cono. Aunque los investigadores advierten que técnicamente no es un jameo –para ello tendría que haber tenido un techo que cayera y aquí simplemente ha quedado un tramo sin formarlo–, el hueco de unos 25 metros de altura no deja de ser menos sobrecogedor. Fernández se acerca con cuidado a la enorme fractura y pide acercarse de uno en uno. «Hay que tener mucho cuidado aquí porque si cambia el viento, podría derivar el calor hacia nosotros», advierte.

El campo de lava

La vista desde lo alto de la falda del volcán también abruma. Desde ese punto es posible contemplar de golpe todas las coladas dispuestas en abanico como si de una cicatriz negra sobre el terreno se tratara. Los científicos contemplan la estampa escrutando las formaciones geológicas y tratando de adivinar qué lugares coinciden con las fotos y videos que sacaron durante la erupción.

En la cúspide resulta complejo no evocar las imágenes aéreas de la borboteante lava, el lento pero inexorable avance de las coladas y la destrucción de aquellos 85 días y 8 horas. Al mirar al mar y contemplar aquel campo negruzco, uno se siente como si de verdad se encontrara en la piel del propio volcán, observando desde lo alto la destrucción y la belleza de la naturaleza.

Ese campo lunar de coladas de lava, sin embargo, corre el riesgo de desaparecer. "Todos los decretos que se están firmando cometen el mismo error: apuestan por realizar actuaciones extensivas o volver a poner lo que había donde mismo estaba", revela Octavio Fernández. Los científicos insisten en que la evaluación del valor del nuevo terreno que se ha erigido frente al Tajogaite debe ser pormenorizada y adaptada a la nueva realidad.

Imágenes del volcán de La Palma dos años después de la erupción.

Imágenes del volcán de La Palma dos años después de la erupción. / ANDRÉS GUTIÉRREZ

Para los investigadores, lo primero a tener en cuenta antes de realizar cualquier actuación, es conocer "el mayor o menor valor geológico" de cada zona. Así, consideran que se pueden adaptar mejor sus usos futuros, ya sea para construcción, para agricultura o para el turismo. "A día de hoy, lo más viable es trazar una red de senderos en distintas partes de la colada", insiste el investigador, que alega que esta red tendrá que ser también "rentable" para los propietarios de las distintas zonas.

"Hoy no pueden volver porque las coladas siguen muy calientes, quizás lo puedan hacer dentro de 10 o 15 años –algunas zonas podrían tardar hasta 50 según algunos modelos de enfriamiento–, y hasta entonces pueden sacarle provecho de otra forma", recalca.

Además, los investigadores consideran que preservar todo ese patrimonio es fundamental también para conservar en la memoria de los palmeros el peligro que suponen los volcanes en la Isla. "En esta zona de la isla se han producido la mayoría de erupciones históricas y algunas de ellas muy voraces", incide Fernández que insiste: "el Valle de Aridane está lleno de erupciones subhistóricas disfrazadas con verde". El pasado volcánico se encuentra en cada roca, cada casa, el cimiento de cada invernadero y hasta en los nombres con los que se conocen a calles y rincones del lugar. "Pero hemos dado la espalda a la realidad", insiste.

El volcán duerme mientras los científicos auscultan sus constantes vitales, pero Tajogaite no será el último. Cumbre Vieja está viva y La Palma tiene una oportunidad única para aprender de este volcán para no repetir la historia y darle a las generaciones venideras una oportunidad de defenderse ante la inevitable salida del fuego que emana de las entrañas de la isla.

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