Músico internacional

OBITUARIO: Pepe García Guinot, un artista en toda la extensión de la palabra

El fallecido artista Pepe García.

El fallecido artista Pepe García. / MEDITERRÁNEO

Antonio Gascó

Antonio Gascó

Falleció ayer a los 94 años mi querido amigo Pepe García, hermano de la religiosa Pepita, la preciosa María Lidón, el ingeniero Luis y el eminente pianista Alejandro. Sin duda Pepe fue el músico más internacional de la familia, logrando una gran fama en su país de adopción, Venezuela, prestigio que se irradió por todo el mundo, dando conciertos en varias capitales europeas y americanas y dedicándose a la enseñanza en su tierra venezolana de adopción.

Tuve la inmensa fortuna de honrarme con una amistad entrañable con todos los García, empezando por el patriarca, el inolvidable autor del Rotllo i canya que, de bien niño, me sentaba sobre sus rodillas y me invitaba a poner los deditos sobre el teclado. La amistad de mi padre y sus hermanos, con el maestro y su prole, hizo que ambas familias se enraizaran en un afecto casi consanguíneo.

Al escribir de Pepe, bien podría hacer una extensa relación de méritos artísticos, pero esos no faltarán en otros obituarios. Yo tengo la inmensa fortuna de poder escribir del hombre, a quien me honré en tener como gran amigo y de cuyo afecto fui especialmente beneficiario, siguiendo la égida de mi padre y de mis tíos Carlos, Emilieta, Consuelo y Paco. El hecho de que se trasladase a Venezuela, no me permitió ahondar tanto la relación como con su hermano Alejandro, que fue singular y excepcional acompañante, en la mayoría de mis conciertos. Pero cuando quiso mi dicha que Pepe viniera ya definitivamente a vivir a Castelló, todo el afecto de siempre brotó como esas plantas que son, originariamente, un esqueje en una maceta, y se vuelven tan suntuosas como espléndidas. Construyó su villa junto a la de Alejandro y la que fuera de su padre, que llevaba el nombre de su mujer: Pepita. Aquellas mansiones eran un cenáculo de fraternidad, de ilusiones y venturas, pero no solo para mí, sino para todos los castellonenses que tuvieran algún vínculo con el Do, Re, Mi, Fa, Sol. Allí no solo gocé de su destreza con el piano, sino también con el violín, cuya carrera culminó brillantemente. En compañía de Pepito Falomir, Juanjo Silvestre, Pepito Mir, Manolo Babiloni…, con quienes ya habrán revivido el conjunto más allá de las estrellas, la amistad se convertía en solfa.

Un hombre de una pieza

Nos quisimos mucho. Y es que tener a Alejandro y a Pepe como amigos, como pasaba con sus demás hermanos, era un privilegio divino. Cantar con ellos dos era como ser albergado por una nube fantasiosa, que te recogía la voz y pese a sus pocos valores, la convertía en un arrebol de sonoridades. De ellos era el milagro.

Pepe era un hombre de una pieza: generoso, sincero, digno y honrado a carta cabal, artista en toda la extensión de la palabra, pianista exuberante de talento, de los que emocionan con solo poner los dedos sobre el teclado. El primer acorde ya tenía fascinación, entidad y poesía, en una algarabía de armónicos. Era un intérprete inspirado, siempre. Por otra parte, su simpatía desbordante y su perenne buen humor, le hacían que empatizase, de inmediato, con cualquier persona a la que acababa de conocer. Era el estigma genético de la casta, que hoy se manifiesta en su hija Natasha, excepcional artista con marchamo genético.

Hoy al recordarle no paran de sonar en mi cerebro los arpegios de Quinta Betania, una composición de su padre en la que lloraba la ausencia del hijo en notas de pentagrama, en el recuerdo de la casa pairal, que así se llamaba. Pepe padre, que era un hombre de una gran cultura, le puso ese nombre para bautizar ese cenáculo del arte y el fervor, con una palabra, que traducida del arameo viene a significar «casa de frutos». El domicilio en el que vivieron los García en el Carrer de les Monges era eso: Quinta Betania, una casa de frutos a cuya degustación todos tenían derecho.