TAUROMAQUIA

El mundo de la cultura, templado con la decisión de Urtasun

No han sido muchas las manifestaciones en público de los profesionales de la cultura respecto a la eliminación del Premio Nacional de Tauromaquia. El Periódico de España, del grupo Prensa Ibérica, ha hablado con algunos de ellos. Rosa Montero, favorable, cree que "dentro de treinta años no habrá más corridas en España" y Montero Glez, taurino, opina que "la tauromaquia no tiene ideología".

Manifestación antitaurina en A Coruña.

Manifestación antitaurina en A Coruña.

Jacobo de Arce

Quizá sea por el efecto puente, pero hay menos debate del esperado en el mundo de la cultura en torno a si es correcta o no la decisión del ministro del ramo, Ernest Urtasun, de eliminar el Premio Nacional de Tauromaquia. O al menos, pocas han sido por el momento las manifestaciones públicas de sus representantes en ese termómetro que son las redes sociales, aunque este periódico ha consultado con varios de ellos, concernidos por el tema, para conocer su opinión al respecto.

Una reacción que no sorprende es la de la escritora Rosa Montero, siempre firme en su defensa de los derechos de los animales, pero a la que en este caso apela particularmente, además, su historia familiar: “Me parece una noticia magnífica y además plenamente lógica -comentaba en declaraciones a este diario-. Soy hija de torero profesional, un hombre de quien, además, aprendí el amor por los animales (así de paradójicos somos los humanos) y por lo tanto no soy nada talibana al respecto, pero no cabe duda de que la tauromaquia es una actividad extremadamente violenta y obsoleta que no tiene ningún lugar, ningún sentido ni ningún futuro en una sociedad civilizada. Dentro de treinta años estoy segura de que no habrá más corridas en España, afortunadamente”.

En términos parecidos se manifestaba el también escritor Julio Llamazares, eterno valedor de esa España rural en la se diría que los toros tienen un mayor predicamento. En conversación con El Periódico de España, del grupo Prensa Ibérica, en el que colabora, Llamazares subrayaba antes de nada su oposición a que existan los Premios Nacionales. "El Ministerio de Cultura no está para dar premios, sino para crear las bases para que todo el mundo tenga acceso a la cultura: a la lectura, al arte, al teatro, etc". Después ponía el acento sobre el correspondiente a los toros. "No sé qué pinta la tauromaquia en el Ministerio de Cultura, y no sé cómo se explica la supervivencia de un espectáculo como mínimo medieval en el s. XXI, y menos patrocinado con dinero público", sostenía el autor leonés.

¿Se debería entonces caminar hacia la prohibición de la mera práctica de los toros, como ya se ha hecho en Cataluña? “Absolutamente -añadía Llamazares-. Creo que los toros, al margen de cómo se les quiera adornar, son un espectáculo de maltrato animal, y por lo tanto yo los prohibiría. No veo la cultura por ningún lado en acuchillar a un pobre animal hasta matarlo. Además, los argumentos que dan los taurinos tampoco tienen un pase: que si Picasso o Goya pintaban y les gustaban los toros... También pintaban bombardeos y fusilamientos, y eso nos los convierte en cultura. O lo que dicen de que si se suprimen los toros desaparece el toro de lidia. Primero, que conservar los toros no es el objetivo de los taurinos, y segundo, que el fin no justifica los medios”, concluía.

El director de cine Albert Serra, que tiene en proceso un documental sobre la tauromaquia todavía pendiente de estreno, ha preferido no pronunciarse: “Sería iniciar una polémica que desvirtuaría de antemano su contenido, que no tiene nada que ver con eso”, ha dicho a este periódico.

"El castigo continúa"

Quien sí ha querido expresar su opinión, en una línea parecida a la de Llamazares pero en sentido más bien contrario, ha sido el también escritor Montero Glez, que alguna vez ha declarado que habría le habría gustado ser torero si hubiera tenido el valor suficiente. "En una sociedad justa no tendrían que existir los premios, como tampoco tendrían que existir los castigos. Si aspiramos a una sociedad justa, lo primero que se tendría que hacer es eliminar los castigos. Lo de eliminar el Premio Nacional de Tauromaquia es una operación cosmética, pues el castigo continúa: me refiero al castigo al toro y al caballo del picador, desde el punto de vista de los antitaurinos. Las corridas de toros continúan", ha explicado a este diario el autor madrileño.

"El problema de fondo de la Tauromaquia es un problema de instrumentalización política. La tauromaquia -al igual que el flamenco, o la bandera rojigualda- lleva ahí desde antes de Franco y del franquismo, lo que sucede es que Franco instrumentalizó la tauromaquia, al igual que instrumentalizó el flamenco o la bandera rojigualda, por eso es muy difícil no ver los atributos franquistas en una corrida de toros", ha continuado Glez. "En su tiempo, Picasso quiso acabar con el aroma rancio del franquismo que desprenden las corridas de toros. Para ello invitaba a Picabia, a Cocteau, a sus amigos artistas de París a las corridas de toros del sur de Francia. Con ello quería demostrar que la tauromaquia no tiene ideología, que es un arte tan antiguo como el mundo donde se representa al hombre enfrentado a su destino, es decir, donde se representa la vida jugando a la muerte".

Especialmente curioso es el caso del escritor, podcaster y crítico de arte y cine Rubén Lardín, que fue un antitaurino convencido y radical en su momento hasta que los toros se prohibieron en su Cataluña natal y, al instalarse más tarde en Madrid, vio un día en directo una corrida y cayó rendido ante un espectáculo del que habla en su último libro, Las ocasiones (Fulgencio Pimentel). Lardín no sabe "si la noticia es buena o mala, pero temo que pueda reafirmar a esos aficionados que politizan la tauromaquia y apestan la plaza con sus banderitas de España en la muñeca. Lo mejor sería eliminar todos los premios nacionales, que no son más que un hazmerreír y una paella berlanguiana -explica a este periódico-. Con la tauromaquia en concreto no hay nada que hacer, es un asunto maravilloso, absurdo e indefendible, ni siquiera se puede comunicar y cualquier debate es inútil, pero está claro que a unos y a otros les sirve para certificar su ideología. El diagnóstico sí es diáfano: la progresía de este país es tan ignorante y maniobrera como la derecha corrupta y pestilente que lo gobierna y hace gala de taurina".