El pasado sábado salí del Estadio de la Cerámica con la esperanza de que Enes Ünal pueda ser un jugador importante en el futuro del Villarreal. El turco me ha hecho cambiar de opinión, como creo que lo ha hecho con la mayor parte de la afición amarilla, que ha redescubierto a otro futbolista muy diferente al que llegó a Vila-real el pasado verano.

Será la adaptación, será su experiencia y sus minutos con el Levante, será que, tras la marcha de Bakambu, el propio delantero se ha convencido de que sí puede ser protagonista en un equipo llamado a hacer cosas importantes en la Liga. Los 14 millones de su fichaje pesan cada vez menos y, poco a poco, con actuaciones como la última ante la Real Sociedad o la anterior contra el Levante, se va asentando. Solo le falta recuperar su principal seña de identidad, el gol. Ya llegará.

Solo días antes empecé a perder la fe en Rúben Semedo. Ya no por la truculenta novela de pistolas que se encuentra en los juzgados y por la que el central portugués, al que siempre hay que presuponer inocente hasta que no se demuestre lo contrario, ha sido noticia en todos los medios nacionales e internacionales.

Lo que no me cuadra en esta historia es cómo un deportista profesional que se está recuperando de una lesión puede estar en un local de ocio a las ocho de la mañana. Ni a mí ni, supongo, a su entrenador y a los dirigentes del club que le paga, y muy bien, por cierto. El Villarreal tiene un problema. Esos 14 millones sí pesan.