Los partidos tienen muchos análisis: técnicos, tácticos, físicos y hasta arbitrales. Pero los partidos también admiten, y por eso nos gusta el fútbol, sus apartados emocionales. Y estos pueden tener muchas motivaciones, desde la identidad con un equipo al fanatismo por un determinado jugador; o por muchas otras razones.

Más raro es ver actos sinceros y, sobretodo, cargados de complicidad de los propios actores. Admitía Marcelino en la previa con bastantes dosis de resignación las complicaciones (lesiones) para hacer frente a lo que viene. Más aún, cuando el gol del Villarreal se cotiza caro, no, carísimo.

A pesar de la encomiable entrega de Soldado, que necesita de la confianza del acierto. En ese terreno en que se mezclan los sentimientos, la efectividad y las complicaciones, ayer me quedé con el detalle, no del gol, sino de la celebración.

Marcó Bruno y con el dedo alzado se fue hasta el banquillo. Marcelino no podía esconder la alegría y recibió al de Artana con las palmas de las manos en alto. Las chocaron y se abrazaron. Fue el momento clave de la noche, sincero, cargado de la emoción por la superación de las dificultades individuales y colectivas.

El Villarreal, a pesar de los pitos que ayer sonaron, supo rehacerse para ganarse al público hasta sacarle los aplausos y reencontrar su identidad. Esa que ayer se encarnó en dos hombres en las inmediaciones del área técnica y que conjugan el espíritu de competitividad y ambición del equipo. H