Vladimir Putin regresa al Kremlin, pero lo hace en una situación muy distinta a cuando llegó por primera vez en el 2000. El gran consenso que aglutinó a su alrededor para acabar con la inestabilidad de los 90 y que le permitió ganar la presidencia entonces, revalidarla en el 2004 y crear el juego de sillas rotatorias con Dmitri Medvédev, se agota. El movimiento contra Putin nacido como protesta por el fraude registrado en las legislativas de diciembre difícilmente podía alterar el resultado en las presidenciales de ayer. Sin embargo, la oposición en la calle pone de relieve que el tiempo de Putin, del hombre fuerte, es ya limitado.

Putin también regresa al Kremlin en una situación económica distinta. De ser uno de los países del club de los emergentes con la economía en continuo crecimiento pasó en el 2009 a ser el país del G-20 con la peor recesión. En estas circunstancias, del Putin nuevamente presidente cabrá esperar una Rusia más impredecible, siempre autoritaria, pero lanzada a tensar aun las pulsiones más nacionalistas. Lo que Rusia necesita son reformas, pero, si quiere modernizarse, debe atajar la gran corrupción, pero esto último no parece estar en la agenda del presidente electo.