He conocido a multitud de personas a lo largo de mi vida. Todas y cada una de ellas, diferentes en casi todo, excepto en la sombra. Todas tenían su sombra particular que les acompañaba a todas partes. Era como un guardaespaldas que venía de serie.

Muy pocos apreciaban ese regalo personal e intransferible con el que estábamos dotados. Teníamos sombras que, automáticamente y según las horas, los lugares y las estaciones del año, eran cambiantes. No era lo mismo la sombra del verano, y a diferentes horas, que las de invierno o dentro de casa. Se habrán dado cuenta que he conjugado los tiempos verbales en pasado --“cómo si ahora no tuviéramos sombra”--, pueden pensar, pero les digo que no es cierto. Les digo que ustedes también se han dado cuenta de que poco a poco, las sombras ya no son lo que eran en determinadas personas.

Conocí a personas que tenían muy mala sombra, pero a nadie con “buena sombra”; y desde hace varios años estoy conociendo a demasiadas personas sin sombra. Personas, a las que les han arrebatado hasta el derecho natural a poseer su propia sombra. Eran personas con sombra y ahora, son sombras sin personas… Les han echado de su trabajo, les han ido arrebatando sus bienes y su vida poco a poco, les han quitado la escuela a sus hijos, el derecho a la sanidad universal, el valor de sus pensiones, su casa… Tal vez por eso, los desposeídos, que han dejado de ser personas, para convertirse en sombra de lo que fueron, han decidido unirse y salir todos juntos a las calles o quedarse bajo los techos que les quedan, para conseguir, al menos y entre todos, volver a conseguir dejar de ser sombra de lo que fueron y volver a ser personas con sombra. H