Javier Arenas cosechó anoche un resultado histórico en Andalucía, pero los frutos en forma de votos que se llevó a casa no estaban lo suficientemente maduros como para poder cocinar un gobierno de inmediato. El PP ganó por primera vez en la historia de esta tierra, pero no logró la mayoría absoluta. Y si alguien sabe lo amargo que puede resultar saborear un resultado antes de que haya terminado de cocinarse, ese es Arenas, el mismo que en 1993 convenció a José María Aznar de que preparase las maletas para mudarse a la Moncloa porque la victoria sobre Felipe González estaba servida. Pero el estratega Arenas erró en sus cuentas y el PSOE se mantuvo en el poder hasta 1996. Aquella imprudencia de cálculo le costó cara al andaluz, que tuvo que abandonar el entorno del entonces líder del PP y volver a Andalucía. Seguramente su obsesión por pedir "humildad" a su partido en estos últimos días y advertir sobre los riesgos de vender la piel del oso antes de cazarlo tienen mucho que ver con aquella experiencia, además de con las canas que en estos años le ha dado la política.

Arenas ganó en su cuarto intento, sí, pero se antoja difícil que gobierne con 50 escaños, dado que el PSOE de José Antonio Griñán (a quien todo el mundo daba por enterrado bajo el caso de los ERE y decepciones de militancia socialista) resucitó anoche y salvó los muebles: 47 escaños a la espalda -por encima de las previsiones- y el previsible apoyo de IU, que consiguió 12 escaños.

Andalucía, pues, se resisistió ayer a entregarse a los coservadores; lanzó un serio mensaje al Gobierno de Mariano Rajoy, esto es, el de la austeridad extrema y las reformas, y le regaló una botella de oxígeno al PSOE de Alfredo Pérez Rubalcaba.

VOTAR SIN GANAS Pero más allá de la aritmética electoral, es de justicia resaltar que los ciudadanos andaluces y asturianos --se celebraron comicios autonómicos en ambas comunidades-- tiraron de las orejas a sus políti-