Agricultura

Pasión y amor a la tierra

Enrique Puchol recibió un premio recientemente por la trayectoria agrícola en sus fincas

Reconocimiento a su trayectoria. El Consell Local Agrari entregó el premio a Puchol.

Reconocimiento a su trayectoria. El Consell Local Agrari entregó el premio a Puchol.

R. D. M.

Enrique Puchol Vives, El Francesillo, ha disfrutado de su trabajo de toda una vida en el campo. Una vida de esfuerzo y compromiso por la que el pasado sábado recibió el reconocimiento a la trayectoria en el mundo agrario que otorga el Consell Local Agrari en el marco de la Fira Agromoció. Nacido el 25 de julio de 1940, en el seno de una familia de cuatro hermanos ligada a la agricultura, Enrique estudió en el colegio Sant Sebastià hasta los 14 años, edad a la que empezó a trabajar con su padre cultivando, transformando fincas y haciendo leña. A los 29 años se casó con Carmen, con quien tuvo dos hijos, y a los 35 empezó a trabajar por cuenta propia las fincas de casa y sus propias tierras cultivando verduras. Cinco años después, decidió transformar estas fincas en cultivo de cítricos, trabajo que ha continuado hasta su jubilación. Ahora, el trabajo de toda una vida se ha convertido en una afición de la que disfruta junto a sus nietos en su pequeño huerto de verduras, hortalizas y viña que alimentan a la familia.  

En el huerto 8 Enrique Puchol Vives, ‘El Francesillo’, posa orgulloso en una de las fincas que ha cultivado durante gran parte de su vida.

En el huerto. Enrique Puchol Vives, ‘El Francesillo’, posa orgulloso en una de las fincas que ha cultivado durante gran parte de su vida.

El apodo de El Francesillo le sobrevino a su familia por una historia curiosa. «Viene de parte de la familia de mi padre. De pequeño oí la historia de que mi abuelo tenía una hermana muy guapa y decían de ella que parecía una francesa. De ahí salió el nombre que se convirtió en apodo familiar», explica. 

Empezó a trabajar con su padre en sus fincas de Sant Sebastià y del Puig, donde tenían algarrobos, olivos y viña. «Labrábamos con macho, no había tractores en aquellos tiempos. Cuando los hubo, empezamos a transformar fincas. Compramos para ello un Barreiros, considerado un tractor muy grande, pero que hoy sería muy pequeño. Mi padre me pagaba entonces unas 3.000 pesetas semanales», señala. 

Trabajó con su padre hasta que este se jubiló, y entonces se hizo cargo de las tierras familiares. Tenía entonces los 12 jornales de mi padre. Y compró más posteriormente. «Cultivé en un principio verduras y hortalizas, y unos cuatro o cinco años después planté naranjos en todas las fincas. Al principio, los combiné con la plantación de verduras y hortalizas entre filas. Con el tiempo, solo cultivé cítricos e instalé el riego por goteo automatizado». 

Enrique no tenía un horario establecido. «Me iba por la mañana y estaba todo el día en la finca. En mi cesta de mimbre metía el almuerzo y la comida y allí pasábamos toda la jornada. Eso sí, vivíamos más tranquilos que ahora. Hacíamos incluso la siesta bajo el árbol o dentro de la caseta, dependiendo del tiempo o de donde estábamos», señala. 

Se jubiló con 63 años. Desde entonces cultivan las fincas su hijo y su yerno. «Estuve unos dos o tres años ayudándolos y asesorándolos, hasta que vi que era suficiente. Desde entonces, casi no he ido más a ayudarles, a no ser que haya alguna situación especial. Y estoy muy contento de lo bien que se llevan y el equipo que forman», dice.  

Asegura que siempre ha trabajado como agricultor muy a gusto y ha vivido en primera persona el cambio en la manera de trabajar, la maquinaria y la tecnología. Considera que trabajar en el campo es muy diferente que antes, «cuando todo lo hacíamos a mano y por nosotros mismos. Ahora todo está muy automatizado. Hay mucha maquinaria para casi cualquier tarea. El trabajo duro de antes ya no es tal gracias a la maquinaria».