¿Quién no recuerda sus años de universidad? Y no solo por la carrera estudiada y los conocimientos adquiridos, sino por lo corrillos en los pasillos de la facultad, las comidas y tertulias en la cantina, el intercambio de apuntes, los trabajos en grupo, las fiestas de los jueves... Pero este año es diferente. La pandemia lo ha puesto todo patas arriba y también la vida universitaria. «Este está siendo un curso distinto, triste, frío, muy raro...» Quienes hablan sin disimular su desencanto son Ana Falcó, Diego Sospedra y Lucía Pascual, tres estudiantes de Magisterio Infantil de la Universitat Jaume I (UJI) de Castellón. Para los tres este es su primer año en la facultad y los tres tienen unas enormes ganas de que esta pesadilla acabe cuanto antes y empaparse de verdad de una vida que en nada se parece a la que imaginaron tiempo atrás. «El cambio a la vida universitaria, desde luego, no lo hemos vivido», coinciden.

En el campus Riu Sec pocas cosas invitan a quedarse, a empaparse de la vida universitaria. Estas últimas semanas, con la inmensa mayoría de las clases on line, las instalaciones por las que en otros tiempos pasaban más de 10.000 alumnos diarios y los aparcamientos donde no cabía un alfiler, presentan un ambiente desangelado. Los bancos están vacíos, en la biblioteca apenas hay medio centenar de estudiantes y las cantinas (las que están abiertas) funcionan a medio gas. Y la actividad cultural y extraacadémica también es virtual o muy restringida, lo que contribuye todavía más a dar al campus un ambiente casi monacal.

Pese a que este mes de febrero, la inmensa mayoría de las clases han sido remotas (a partir de este lunes, con la desescalada, vuelven a combinarse las presenciales con las on line), Carolina Sandoval ha seguido con su rutina. Esta universitaria de Benlloc, estudiante de segundo curso de Ingeniería Agroalimentaria, acude habitualmente hasta la facultad para asistir a las clases en el laboratorio. «En nuetra titulación somos muy pocos alumnos y eso nos permite poder hacer buena parte de las clases presenciales, sobre todo, las que son más prácticas como Topografía», explica. Y aunque tiene la suerte de poder pisar el aula, eso sí con todas las ventanas abiertas y manteniendo la distancia, Carolina asegura que el ambiente es cero. «No podemos ir a la cafetería a tomar algo después de un examen como, por ejemplo hacíamos al principio del curso pasado, para acudir a la biblioteca tienes que pedir cita previa y hay muchas salas de estudio en las que ni siquiera podemos entrar», dice.

Carolina echa a faltar el trasiego del campus y, también, la fiesta de los jueves por la noche. «Para un universitario, la noche del jueves es la mejor de la semana. Lo típico era ir a las discotecas de la calle Lagasca de Castelló y disfrutar de las fiestas temáticas. Pero este año de todo eso no hay absolutamente y nuestra vida se limita a ir del campus a casa», lamenta.

Estrenarse en el año covid

Irene Segarra, Nerea Albesa y Evelina Biciu se estrenaron en octubre en la facultad. El inicio de la pandemia les pilló estudiando el último curso de bachillerato y aguantaron encerradas en casa la presión del que es el examen más importante en la vida de un estudiante, la EBAU. Aprobaron y entraron en la Escuela Superior de Tecnología y Ciencias Experimentales, donde cursan primero de Ingeniería en Diseño Industrial. A aunque todo el mundo les contaba que lo mejor de la universidad eran las fiestas, las clases, el ambiente... lo que se han encontrado es todo lo contrario. «Es lo que nos ha tocado, una pena ver el campus tan mustio», aseguran.

Tras cinco meses de clases, todavía no conocen la cara de la inmensa mayoría de compañeros. «Como todos llevamos mascarilla, no nos vemos las caras. Es una sensación extraña. Y los profesores también nos dicen que este curso todo resulta más triste», explica Irene, que es natural de la Vall d’Uixó. «Vengo en coche y lo que sí he notado es que no hay problema para aparcar», cuenta.

Los martes y miércoles, estas tres alumnas asisten a clases presenciales y los viernes, por ejemplo, ya no tienen que acudir a la facultad. «Yo vivo en Castelló en un piso de estudiantes y el día que no tengo clase estoy en casa. Lo bueno de esta situación, por buscar algo positivo, es que tenemos más tiempo para estudiar», reconoce Nerea, que es de Vallderrobles y comparte vivienda en la capital con una estudiante de Derecho y otra de Peluquería.

Muchos alumnos están encantados con las clases en remoto, pero a Víctor Llorens lo de no salir de casa le mata. «No se estar quieto, así que eso de estar horas solo en mi habitación escuchando una clase tras otra no me va. Necesito salir y, lo que hago, es venirme a la biblioteca y desde allí sigo las clases», describe este estudiante de Química de 24 años y natural de Vilafamés. «Me resulta más difícil seguir el ritmo de una clase on line, me cuesta más concentrarme... aunque también entiendo en que un momento como este es necesario combinar lo presencial con lo virtual», añade Víctor . «Lo de no salir de fiesta también lo llevo mal. La última que recuerdo fue la fiesta de las paellas y de eso hace ya casi un año», añade.

Pese a que estudia Mecànica en la Universidad Politécnica de València, Andrés Tormo también sigue las clases on line desde la biblioteca de la Jaume I. «Al menos no estás solo en casa y cambias de ambiente», reconoce este estudiante de 24 años de Castelló que asegura que el covid ha dado un vuelvo total a la vida universitaria. «Todo es diferente y, aunque al principio daba hasta un poco de risa, ahora ya cansa y todos estamos deseando volver a la vida de siempre», coinciden los dos.

A Víctor y Andrés les cuesta más concentrarse con las clases cien por cien en remoto, pero Javier Reig solo ve ventajas en lo on line. Este curso ya está en la recta final para sacarse la carrera de Derecho. «Este lunes volvemos a la docencia híbrida, es decir, la combinación de clases presenciales y virtuales. Para mí es lo mejor, ya que me pongo los cascos y se escucha mejor que en las presenciales», describe este universitario de Borriol, que también describe como «frío» el ambiente que se respira este curso en la universidad. «Lo mejor de la universidad es la vida que hay, la relación que se establece con los compañeros, con los profesores... y todo eso este año no existe», argumenta.

El covid ha trastocado la vida de los universitarios y, seguramente, condicionará su futuro. Conviven de otra manera, aprenden de forma distinta y sus rutinas han desaparecido. Todos extrañan a sus amigos, a sus abuelos, salir a la calle y disfrutar de una libertad que un virus invisible les ha arrebatado. ¿Y el futuro? La mayoría no quiere pensar en ello. Prefieren ir día a día y adaptarse a cada momento.