Barraca y tangana

CD Castellón | La opinión de Enrique Ballester: Preparados

No es fácil, porque en el fútbol abusamos de lo inmediato, pero a largo plazo se supera lo anecdótico y se encuentra la verdad

Aficionados del CD Castellón en Castalia.

Aficionados del CD Castellón en Castalia. / Erik Pradas

Enrique Ballester

Enrique Ballester

Recuerden aquel partido contra el Castilla. El de la primera vuelta en Castalia. El Castellón volaba, arrasaba y enlazaba un gol tras otro y en el césped y en la grada nos mirábamos igual. Nos mirábamos pensando si aquello estaba ocurriendo de verdad. Cruzamos la media hora de partido flotando sobre la felicidad sideral que roza la incredulidad, porque no habíamos visto nunca nada igual. Y aquello estaba ocurriendo de verdad, por supuesto, pero si sentíamos aquella eufórica alegría era, precisamente, porque estábamos viviendo algo excepcional. Aquello no era normal.

Sin embargo, entre todos construimos una falsa certeza emocional. De alguna manera, en el imaginario colectivo se instaló un pensamiento difuminado, peligroso y alejado de la realidad. Nos creímos que aquello tan excepcional que estábamos viviendo iba a suceder todo el tiempo. En una especie de paradoja curiosa, el Castellón de los primeros meses de la temporada es ahora el mayor problema del Castellón de los últimos meses de la temporada. Una nostalgia prematura y tramposa nos desvió el foco. No es que ya hubiésemos subido a Segunda, es que estábamos pensando en Primera. Llegamos a asumir un punto de magia: éramos poseedores de una fórmula secreta de números, datos y tácticas que nos llevaría hasta la meta de goleada en goleada y en paseo triunfal, como si no costara, como si nada. Pero no. Llegamos a asumir que no éramos como los demás.

Mirábamos el calendario para calcular la fecha del ascenso directo, pero en el calendario solo se esconden trampas. Dick Schreuder nos avisó siempre, que conste. Nos solía advertir cada vez que tenía un micrófono delante. El equipo fluía, ganaba y volvía a ganar, y el entrenador repetía que la Liga iba a estar igualada hasta el final, que había más rivales que el Ibiza, que había plantillas muy buenas enfrente... Schreuder nos lo dijo todo, pero otra cosa es que estuviésemos escuchando. Estábamos demasiado ocupados celebrando. El entrenador nos educaba en la sala de prensa, pero el equipo nos malcriaba en el campo.

El largo plazo

De un tiempo a esta parte, Schreuder tampoco se cansa de señalarnos el largo plazo. No es fácil, porque en el fútbol abusamos de lo inmediato, pero a largo plazo se supera lo anecdótico y se encuentra la verdad. A largo plazo se encajan las lesiones, las molestias, las rachas, los estados de forma, los avatares arbitrales, las sanciones, los rebotes, el acierto en los fichajes y la puntería averiada. A largo plazo, lo aleatorio se iguala. A largo plazo seguimos primeros, pero ya sabemos que subir tendría mucho mérito. No va a ser un regalo.

En el largo plazo está nuestra ventaja. El Castellón tiene un plan y no lo va a cambiar. Va a insistir en él, aunque un día pueda salir mal, porque considera que es el camino hacia la prosperidad. Desde ese convencimiento trabaja todo el club. Diría que por vez primera en décadas, el Castellón tiene un proyecto que va más allá del próximo resultado, y le saldrá bien si no ocurre nada extraño. El problema es que el fútbol es un juego propicio a lo extraño. Estamos en el lado bueno, minimizando la probabilidad de lo raro, aunque se pueda perder. Hay que estar preparados. 

Queremos ganar, pero para lograrlo hay que estar preparados también para perder y para sufrir. No hace falta que recuerde, después de que atravesáramos siete años bajo el fuego traumático de Tercera, que la felicidad se alcanza en el fútbol tras digerir toneladas de sufrimiento. Quizá sea la clave de esta última recta: saber combinar la ambición actual con la memoria del pasado.