ENTREVISTA |

Magalí Etchebarne: «Escribiendo, el lenguaje me sorprende»

La argentina recibe el VIII Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve tras la decisión del jurado formado por los autores Mariana Enríquez, Brenda Navarro y Carlos Castán

La editorial Páginas de Espuma y el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Ribera del Duero organizan este prestigioso certamen literario internacional

Magali Etchebarne se ha convertido en la octava premiada del prestigioso certamen literario.

Magali Etchebarne se ha convertido en la octava premiada del prestigioso certamen literario. / Catalina Bartolomé

Eric Gras

Eric Gras

La escritora argentina Magalí Etchebarne (Buenos Aires, 1983) recibió en Madrid el VIII Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve con su obra La vida por delante. El jurado, presidido por Mariana Enriquez, y en el que formaron parte también los escritores Brenda Navarro y Carlos Castán, destacaron de la obra premiada que «su estilo es pura frescura e inteligencia. Encuentra humor en la tragedia y sabe de la tristeza con rabia y ternura. No hay postura ni solemnidad en su escritura».

Organizado por la editorial Páginas de Espuma y el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Ribera del Duero, este galardón es, por derecho propio, el gran premio del relato corto, del cuento, en habla hispana. Hasta Madrid fuimos para hablar con la ganadora, una autora que ya nos conquistó con su primer libro de relatos Los mejores días (Las afueras).

En tu primer libro de relatos, Los mejores días (Las afueras), indagas sobre la intimidad de las relaciones humanas desde distintos prismas. Hablabas de amor, pero también de duda y traición, de reproches, contradicciones e inseguridades… En los cuatro relatos que forman parte de La vida por delante también incides en algunos de esos aspectos, en algunas de esas pequeñas fracturas.

Los relatos de Los mejores días eran mucho más breves y también cuentos que había ido escribiendo durante varios años. Nunca pensé en ellos como un libro. Fue una idea en su momento de la editora, quien me dijo: «reunámoslos y hagamos un libro». Luego, quizás sí, leyéndolo con distancia, pensando en él tras haberlo publicado, que es cuando uno puede tener alguna idea de lo que ha hecho, vaga a veces, pero alguna idea, sí es cierto que había temas que aparecían muy fuerte. 

Esto que mencionas de fractura, para mí se asemejaba más al orden del dolor, de ciertos dolores que los personajes atravesaban. En este nuevo libro, siento que esos temas están en primer plano, como si los hubiera tomado y me hubiera hecho cargo de ellos. Además, durante la escritura me di cuenta de que me estaba repitiendo, y me dije: bueno, quizá este es mi talón de Aquiles, y como me estoy repitiendo, me tengo que acercar a esa repetición, ¿no? Por esa razón, en primer lugar al libro lo titulé con una suerte de enumeración de temas, que eran: La madre, el trabajo, la muerte, el amor. Son los temas que aparecen como en primer plano, uno en cada cuento con más preponderancia, pero todos, de alguna manera, como entrelazados entre sí, como si viajaran subterráneamente de relato a relato. Acá los personajes están como si se hubiesen quedado marcados por el dolor, y quizás demorados más de la cuenta en el dolor, o lo están atravesando. Me interesaba explorar esos personajes que no hubieran podido salir del dolor y la incomodidad, ver qué pasaba ahí, qué podía pasar. 

Magali Etchebarne se ha alzado con el VIII Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve.

Magali Etchebarne se ha alzado con el VIII Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve. / Catalina Bartolomé

De todas maneras, sí quisiste aligerar un poco esa «tragedia».

Sí. Es algo que aparece en la escritura misma cuando uno está escribiendo sobre asuntos dolorosos o pedregosos de la vida. A mí me preocupaba ponerme solemne, me preocupaba cómo tender hacia un lugar demasiado oscuro y dramático. Por ello, los desvíos de los personajes, los diálogos y ciertas miradas quería que funcionaran como salvavidas y como salidas de esos lugares quizá un poco oscuros, sobre todo porque a mí, como lectora, me resultaba denso, y porque como lectora también me gusta encontrarme como ese vaivén, esa danza entre la tragedia y la comedia. Es algo que disfruto aunque, obviamente, mientras lo hacía no estaba tan segura de estar consiguiéndolo. Que el lector vea en estos relatos algo en el orden del humor para mí es muy elogioso, me llena de felicidad porque no hay nada más difícil que querer hacer sonreír a alguien con un texto, uno no sabe si lo va a conseguir realmente. 

Ahora que hablamos de esas pequeñas y sutiles notas de humor, de esa frase o fragmento que puede despertar en el lector una sonrisa, vuelvo de nuevo a tu libro Los mejores días porque ahí hallé una frase que me encantó y me motivó aún más la propia lectura. Dice así: «Las novelas autobiográficas pueden ofender más que la foto de un culo». Parecerá mentira, pero en esta simple frase se esconde, creo yo, una buena reflexión en torno a la propia literatura, y eso es algo que, particularmente, como lector, me demuestra que detrás hay alguien interesante.

Trato de no tomármelo todo tan en serio. Cuando hablamos de literatura, cuando hacemos estas entrevistas, todo parece muy sesudo y como si uno tuviera tanto control sobre lo que ha hecho. Quizá haya escritores que sí, que tengan en su cabeza pensando y planeado la obra. A mí me pasa que la mayor parte de las veces empiezo a escribir bastante a ciegas y lo que tengo son como cosas que sé que quiero usar, ya sea fragmentos de diálogos, una imagen… Pero, volviendo al tema del humor, a veces sí me interesa salir de ciertas zonas que a mí me incomodan, acartonadas o muy formales, aunque no sé si formales es la palabra; serias, solemnes en relación al relato. Es como tener esos puntos de partida y a partir de ahí dejar que crezca como una enredadera. 

A veces nos tomamos demasiado en serio a nosotros mismos, ¿no?

Sí, total. Y luego, con la escritura, uno está también mucho tiempo solo escribiendo que, no es que te lo tomes todo tan en serio, pero a mí me pasa que cuando escribo algo y vuelvo al texto, y me disgusto mucho con lo que hice, tardo un rato en decir: no es para tanto, y lo dejo pasar, lo dejo casi como macerando. Voy yendo y viniendo del texto, porque así uno lo lee bajo diferentes estados de ánimo, cosa que va afectando al texto. Eso es algo que yo trato de impregnárselo al relato, por eso en estos cuatro cuentos hay momentos que sí son más dramáticos, o que para mí tienen mucha carga más de dolor, y al volver a leerlos necesitaban como un ritmo de canción, darle aire, ¿no? Como una breve pausa.

La autora argentina tras recibir el prestigioso galardón literario en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

La autora argentina tras recibir el prestigioso galardón literario en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. / Páginas de Espuma

Aunque antes hemos dicho que no hay por qué ponerse demasiado «sesudos» a la hora de hablar de literatura, sí me interesaría saber cuál es tu relación con el lenguaje. Cuán importante es, para ti, a la hora de armar todos y cada uno de los cuentos.

Creo que es como un compromiso total el que siento con el lenguaje, porque en realidad lo que más disfruto de escribir es la artesanía que se puede hacer con las palabras. Escribiendo, el lenguaje me sorprende, a veces por las limitaciones y a veces por las posibilidades que me ofrece. Eso es algo que me pasa leyendo, porque lo que más disfruto muchas veces en la lectura son esos momentos en los que uno siente que el autor o la autora hace magia, esos momentos en los que tienes que alejar la vista de la página y te preguntas cómo lo hizo o qué hizo. En general, eso siempre me pasa con imágenes, pero sobre todo con las construcciones. Hay una frase muy linda de Lorrie Moore que dice algo así como que hay que arrojar todo lo que se es al lenguaje y dejarlo que suene. Para mí también es muy importante escuchar. Un ejercicio que hago mucho es leer en voz alta a otros, y a mí misma también, para darme cuenta que el texto no empalague, que no se haga denso, que suene, que, quizá, tenga irreverencia. Me interesa eso porque lo disfruto. Escribo porque lo disfruto, sino no lo haría.

Entiendo que tener cierta «pelea» con aquello que estás escribiendo también es sano. 

Sí, a veces me encuentro con situaciones en las que me doy cuenta de que aquello que quiero hacer no me sale, y es frustrante, pero te obliga a dar la vuelta y vas encontrando ahí tu propia voz. Yo creo que el estilo se va construyendo también desde lo que tienes, desde cómo accedes a lo que te gustaría y también de las propias flaquezas, como que esas cosas también van marcando el estilo propio.

«Siempre me pregunto: ¿Estoy escribiendo un cuento, este cuento está bien para mí, funciona?»

La expresión «tierra de nadie» dices que te parece buena para definir el ejercicio de la escritura. ¿Podríamos referirnos a ese ejercicio como «salto al vacío»?

Hay una frase muy buena de Piglia, creo que se refiere al narrador, como que el narrador siempre es como un nadador que se está por tirar a la piscina y piensa que no va a saber nadar. Para mí siempre es así. En realidad, la cuestión que me aparecía todo el tiempo mientras trataba de darle forma a los cuentos era la pregunta, que me hacía a mí misma, de si yo podía escribir un cuento. ¿Estoy escribiendo un cuento, este cuento está bien para mí, funciona? Era como una pregunta constante, casi fue la pregunta que me llevaba conmigo de relato a relato y todo el tiempo: ¿puedo hacerlo, esto es un cuento? Es casi como en la vida. No tengo hijos, pero supongo que quien tiene hijos se pregunta si está siendo buen padre, si es así como se debería hacer. 

Yo tengo una pequeña de 14 meses y cada día me hago esa misma pregunta.

Un poco pasa con la vida adulta en general. No sé si a ti te pasa, pero yo como que arrastro esa sensación de ser un poco impostora de la adultez, incluso. Como que muchas veces me digo: ah, claro, esto es ser una persona adulta, que toma decisiones, que ahora decide mudarse, hacer esto y lo otro, que ahora envía un libro a un concurso y lo gana y tiene que viajar… Siempre hay una cuestión interna de si será así cómo se hacen las cosas y, bueno, en la escritura eso es constante. De todos modos, es una satisfacción para mí, porque si supiera cómo se hace dejaría de tener sentido. 

Al final, imagino que si se diera el caso, acabarías por desinteresarte y no pondrías en ello todo el empeño.

Total, sí. 

Al haber leído tu primer libro de relatos, rápidamente me vienen a la mente algunos flashes que me recuerdan, por los temas tratados y el modo de abordarlos, a otros autores. En tu caso, no puedo evitar pensar, sin saber si es una clara influencia en tu literatura, en alguien como Lydia Davis, cuya narrativa combina humor, lenguaje y dificultad emocional. Esos tres elementos los identifico también en tu obra.

Me gusta mucho Lydia Davis y me encanta A. M. Homes, ella es muy sórdida, muy rabiosa y me fascina cómo introduce elementos muy oscuros o violentos, tiene mucha similitud con Ottessa Moshfegh, que la descubrí no hace tanto y que también me encanta. Mientras escribía estos relatos leí su libro Nostalgia de otro mundo, aunque no siento que me haya influenciado en la medida que no creo que nos parecemos para nada, aunque sí sentía que quería hacer el ejercicio de que algo del orden de lo que a mí me parecía el horror y la sordidez de la vejez, de la muerte, del cuidado, de la pareja, aparecieran en primer plano. Así que, en cierta manera, me sirvió como una referencia, como una inspiración. 

Por otro lado, a mí me pasa que para destrabar la escritura o para comenzar a escribir sé que hay determinados autores o autoras que cuando leo me ayudan a ello. Me pasa mucho con Hebe Uhart y Silvina Ocampo.

«Me preocupaba ponerme solemne, me preocupaba cómo tender hacia un lugar demasiado oscuro y dramático»

No sé qué opinas de las posibilidades que te ofrece el cuento y no te ofrece otro género narrativo.

Hay algo de esa potencia que te da la brevedad, aunque a veces no es tal. Yo, en estos cuentos, trabajé mucho en acortarlos, porque dos eran muy largos y me daba cuenta de que eso perdía un poco el sentido y se volvían en proyectos de novela. Yo quería que mantuvieran entre sí los cuatro cuentos un equilibrio de extensión, que visualmente todos tuvieran más o menos la misma extensión.

Tuve ocasión de entrevistar en su día a Samanta Schweblin cuando se alzó con este mismo galardón y durante la conversación ella me decía que escribir cuentos era como un mayor reto porque has de ir al grano no una ni dos ni tres veces, sino todo el tiempo, en cada relato. 

Yo en estos relatos me extendí más porque me permití momentos en los que hay digresiones un poco más extensas en comparación a los cuentos de Los mejores días, que son más breves. Esos cuentos quizá tienen un poco más la potencia de lo breve y acá hay un poco más de demora, la misma demora que necesitan los personajes para identificar ciertos estados o emociones.

El hecho de haber recibido este Premio Ribera del Duero, no sé hasta qué punto puede pesarte de cara al futuro por las expectativas generadas a partir de ahora.

Cualquier etiqueta siempre es pesada, pero yo creo que uno luego, por suerte, siempre las olvida, porque la vida también se encarga de ubicarte rápidamente en tiempo y espacio. Obviamente ahora estoy bajo los efectos de este premio, y no podría sentarme a escribir en este momento, pero luego eso pasa, vuelvo a mi casa, me enfrento al día a día, a mi trabajo, a mis problemas, y la escritura para mí se vuelve como una necesidad.