La historia de este Levante 2011/2012 podría servir como guión de cualquiera de aquellos maravillosos westerns crepusculares de Peckimpah, Eastwood o Ford. Un puñado de veteranos vaqueros con grietas en sus carnes que se niegan a claudicar ante el inexorable paso del tiempo.

Cuando en verano quedó conformada la plantilla fue lícito pensar que aquel grupo tenía aroma a gente que estaba viviendo sus últimas horas en el fútbol, a punto de escribir su epitafio. Viejos pistoleros que habían transitado mejores épocas y que disfrutaron de sus momentos de pequeña gloria, pero que ahora estaban abocados a pasar el tiempo contando antiguas batallas. Antihéroes que un día tuvieron un nombre en el Oeste y que podían ser engullidos por las fauces de un progreso que no les iba a dar cabida en un presente reservado a los niños mediáticos, guapos y ricos.

A los que pudiéramos pensar así, nos han hecho tragarnos nuestras precipitadas conclusiones. Su trabajo está siendo excepcional. Hablo de Ballesteros, Venta, Munúa, Farinós, Juanfran, Del Horno, Barkero, Rubén y unos cuantos tipos más que una jornada tras otra se han ganado el respeto y la admiración por negarse a claudicar ante la modernidad y no permitir ser atropellados por la decadencia y las especiales circunstancias de su actual club.

Sus 22 jornadas en puestos europeos, 20 de ellas en Champions League --dos como líderes-- atestiguan su brutal temporada, nada que ver con el olor a naftalina que se presuponía y con la épica de los grandes profesionales que, a juzgar por los resultados, aún están lejos de ser fantasmas de lo que fueron hace ya varios años.

Sus señas de identidad, como en el salvaje oeste, tienen poco que ver con las exquisiteces de otros. Hablamos de tipos curtidos, de los que encienden el fósforo en la barba de una semana. Y los hombres duros del Levante no bailan, ni dejan bailar. Solo hacen su tarea sin concesiones. H