"Con estas medidas, España deja de ser un problema para la Unión Europea", manifestó el ministro Luis De Guindos a finales de marzo al presentar el programa de austeridad. La frase, pronunciada con la habitual contundencia y seguridad que exhibe el titular de Economía del Gobierno de Mariano Rajoy, le sirvió para ser designado el pasado 18 de abril "Pinocho del día" por el diario de información económica Handelsblatt. El diario citaba varios datos de la economía española que contradecían la tajante afirmación del ministro, y reproducía un comentario del analista de Rabobank Lyn Graham Taylor que vaticinaba lo que finalmente ha sucedido: "Cada vez parece más claro que España necesita algún tipo de rescate".

Hace ya meses que es casi imposible abrir un periódico o revista alemanes sin toparse con la famosa torre de Bankia, sede de la entidad en el Paseo de la Castellana de Madrid; con un grupo de españoles haciendo cola en una oficina de empleo o con una manifestación de jóvenes indignados en una ciudad española. Ayer mismo, el Frankfurter Allgemeine Zeitung ilustraba una información sobre el Banco Central Europeo con una imagen de las famosas promociones inmobiliarias del municipio toledano de Seseña. La pasada semana, Wolfgang Münchau titulaba "Cerca del colapso" su comentario sobre la eurocrisis en la edición digital de Der Spiegel.

Al citar el rescate a la banca española, Münchau afirma que la ayuda al sector bancario español se compara en los mercados con dos borrachos que, en la barra de una taberna, se apoyan mutuamente para poder mantener el equilibrio. En las últimas semanas, las informaciones --casi siempre negativas-- sobre España, han cedido espacio a la Eurocopa de fútbol, aunque la crisis económica y la competición deportiva aparecen estrechamente relacionadas. Y la culpable de esta unión, que puede parecer extraña, es la cancillera Angela Merkel, dada su conocida afición por el fútbol.

LA CANCILLERA FUTBOLERA El viernes, la cumbre que mantuvieron en la Villa Madama de Roma Mario Monti, François Hollande, Mariano Rajoy y Angela Merkel, tuvo que adelantarse cuatro horas para que la jefa del Gobierno alemán pudiera llegar puntualmente a Gdansk para presenciar, desde el palco presidencial, el partido de cuartos de final entre Alemania y Grecia.

Solo unas horas antes del encuentro, el columnista de Der Spiegel, Veit Medick, titulaba su comentario "Cuando la cancillera entra en éxtasis", en el que explicaba la transformación que sufre Merkel cuando celebra un gol de su selección. "Entonces se descubre la otra Merkel. De repente, pierde el control. Sus puños se alzan al aire", comentaba Medick, como si ya hubiera visto los gestos de alegría de la cancillera al festejar los goles de Lahm, Khedira, Klose y Reus. No tuvo ni tiempo para cambiarse: chaqueta verde en Roma y chaqueta verde en el fútbol. La única diferencia entre los dos escenarios, las gafas que utiliza para no perderse detalle de las jugadas sobre el césped.

La Eurocopa sirve también para comprobar la admiración de los alemanes hacia el fútbol de Xavi o Iniesta. Y en el terreno de la política económica, los comentarios hacia España no han alcanzado nunca el nivel de virulencia que registraron cuando se debatía el primer rescate a Grecia. Proclamas como "No recibiréis nada de nosotros", en titulares de gran tamaño del sensacionalista Bild, el diario más leído de Alemania, no se han dado en el caso de España. La propia Angela Merkel añadió leña al fuego cuando en mayo del año pasado, en la pequeña ciudad alemana de Meschede, criticó que los griegos, los portugueses y los españoles tengan más vacaciones que los alemanes y se jubilen antes. Las estadísticas tardaron poco en desmentir a la cancillera, pero el daño ya estaba hecho.

Merkel sabe que su papel de dura dirigente de la locomotora europea, defensora a ultranza de las políticas de austeridad, le da votos en su país. También lo sabe el SPD, principal partido de la oposición que, a poco más de un año de las elecciones generales y a pesar de la ayuda que ha supuesto la victoria de Hollande en Francia, no va más allá de la exigencia del impuesto a las transacciones financieras y la puesta en marcha de políticas de crecimiento y empleo.

A pesar de las críticas a las políticas de rigor presupuestario que propugna Merkel, o precisamente debido a ellas, las encuestas más recientes le siguen otorgando el mayor porcentaje de votos a la CDU, el partido de la cancillera. Según la publicada el viernes por la TV pública, los cristianodemócratas (CDU) obtendrían el 34% de los votos, un porcentaje prácticamente idéntico al que obtuvo en las elecciones de 2009 (33,8%).