Una imagen para la historia. Este es el escenario con el que se despertaron ayer los vecinos de localidades costeras como Benicàssim, Oropesa, Burriana o Peñíscola. Y es que las bajas temperaturas que se registraron la noche del jueves al viernes convirtieron la constante lluvia en aguanieve que, incluso en las zonas más altas de los términos benicense y peñiscolano, cuajó.

Los principales problemas se produjeron en la primera de estas localidades. En concreto, la Policía Local tuvo que cortar la carretera de subida al Desert de les Palmes hasta las 16.00 horas. “Nunca había nevado de este modo. Ha caído a muy poca altura y los copos han teñido de blanco jardines y coches en urbanizaciones como El Refugio”, indicaba el alcalde, Francesc Colomer.

Precisamente, los vecinos de este zona, como David Pomer, se afanaban al mediodía en retirar la nieve que, de forma totalmente inusual, rodeaba sus viviendas.

En el caso de Peñíscola, la ermita de Sant Antoni amaneció cubierta de una fina capa blanca, perfectamente visible desde la misma costa. Este punto de la localidad, situado a más de 300 metros de altitud, fue objeto de visita durante buena parte de la jornada. “Hacía mucho tiempo que no veía el ermitorio así”, comentaba Teresa. “Cuatro años atrás también cayeron algunos copos, pero no fue tan fuerte”, añadía. En las calles del casco urbano, la nieve solo se vio al final de la madrugada, pero no llegó a cuajar. La última vez que esta llegó hasta la playa peñiscolana fue en el ya lejano 2001. En aquel momento, la playa logró cubrirse de un manto blanco, recordaba el alcalde, Andrés Martínez.

“Anoche ya pensamos que esto podía pasar, pero ver cómo está todo siempre resulta excepcional”, indicaba el primer edil.

SORPRESA TEMPRANA // En Burriana y Vila-real la sorpresa llegó bien temprano. En la primera de las localidades, los más pequeños descubrieron la nevisca a la entrada a los colegios, por lo que este era el tema de conversación entre los alumnos y los padres. En el caso vila-realense, esta se produjo cuando todavía era de noche, aunque no pasó desapercibida para nadie. Los más madrugadores de la ciudad se asomaban a las ventanas para poder verla.

“Es increíble volver a gozar de este fenómeno después de tantos años”, aseguraba Maite, una de las vecinas que disfrutaba del espectáculo de la naturaleza. “La pena es que no haya cuajado porque, al hacerse de día, no ha quedado ni rastro”, lamentaba. H