Hace ya bastantes años que las corridas de rejones gustan de lidiar murubes, ya sean de Fermín Bojorquez como sucedió ayer, del Capea o de Los Espartales, hierro presente en nuestra feria durante cuatro lustros y que, por cierto, está anunciado en este San Isidro dos tardes.

A mediados del siglo pasado, este encaste era del gusto de muchas figuras de a pie. Sin embargo, paulatinamente los domecq fueron arrinconando a estos toros hasta quedar apenas un puñado de ganaderos que mantienen todavía hoy este encaste en su pureza y en su mayoría gracias a que los rejoneadores punteros gustan de las bondades de estos animales.

Los murubes son todos toros de capa negra y cada uno de ellos cuenta con patas cortas y fuertes, hechuras armónicas y avantos de cuerna. Pero lo que más les caracteriza es su evolución a lo largo de la lidia o, al menos, eso es lo que a mi parecer les hace especialmente aptos para este tipo de espectáculos. Suelen ser avantos de salida, hasta el punto de ser frecuente que salten la barrera, sin que eso sea sinónimo de mansedumbre, como podría pasar con otro encaste. Esta salida alegre y entregada, permite lucir los equinos en las primeras galopadas, ahormando su embestida a medida que transcurre la lidia. Quizá este sea, por otra parte, su gran inconveniente, ya que si se ahorma demasiado, tiende a quedar parado y desluce el final.

En los festejos de rejones el toro tiene un papel marginal, eclipsado por jinetes y amazonas y, sobre todo, por sus monturas, auténticas protagonistas del evento. Pero aún así, es un elemento fundamental al que no se le suele dar la importancia que debiera y pocas veces el publico de estos festejos le presta demasiada atención, ni en positivo ni en negativo.