Los niños ya están despiertos cuando nos levantamos. Desayunamos y nos preparamos para una nueva jornada en casa. Tomamos café con leche, jugo de naranja y valencianas.

No hay deberes así que puedo dedicar la mañana a mis quehaceres. Repaso algunos textos, leo la prensa y me hago una composición de lugar de cómo están las cosas. Están mal. Igual de mal que ayer. No hay que ser un genio para ver esto. Además, los turcos nos han tomado por el pito del sereno y han decidido robarnos a plena luz del día un avión cargado de respiradores. El Ministerio de Asuntos Exteriores dice que no puede hacer nada. ¡Me meo!

En la sección local del periódico leo que el equipo de gobierno de Castelló ya está planificando futuras obras para mitigar, en parte, la crisis. Lo aplaudo. Así sí.

Me doy una vuelta por las redes sociales y me pongo malo cuando leo a una mujer, en el muro de un amigo, decir que no es momento de criticar al gobierno. Que eso es politiqueo, como si lo que ella hace no lo fuera. Le canto las cuarenta y me quedo tan pancho. Mi amigo se molesta y me regaña por liarla en su casa. En su muro. En eso lleva razón y lo dejo estar. Me quedo con las ganas de cantarle las verdades del barquero, pero hay que respetar el muro ajeno.

A lo largo de la mañana me llegan muchas felicitaciones, tanto por este diario como por mi opinión del sábado, llamada ahora Punto de vista. Lo que más me gusta de esas felicitaciones es que vienen de abogados, de gestores administrativos, quiosqueros, panaderos, notarios, ingenieros, arquitectos y profesionales liberales en general, representantes de asociaciones empresariales, trabajadores por cuenta ajena, trabajadores autónomos, médicos y enfermeros, empresarios con muchas nóminas por pagar cada mes, fotógrafos, funcionarios que están trabajando desde casa desbordados y sin apenas medios, carniceros, periodistas, directores de cine, programadores culturales, escritores, etc. No me felicita, ni lo ha hecho hasta ahora, ni creo que lo haga ya, ningún político (de ningún color).

Hacia las 13.30 me tumbo en el sofá del salón para la siesta del borrego. No tardo en dormirme y soñar con un mundo mejor. Uno en el que de verdad la ciudadanía está unida. En el que no se deja enredar por las directrices de ningún partido, sino que es crítica y racional. Un mundo en el que la ciencia, la razón y el conocimiento valen lo que han de valer. Cuando me despierto intento mantener el optimismo.

A la hora de comer preparamos macarrones con carne picada, cebollita y tomate. Los ha preparado mi mujer. Están buenísimos. En la sobremesa pongo Netflix y veo una película de terror que empieza bien y acaba decepcionando. Se titula Líbranos del mal, o algo así. No la recomiendo. Quina caguerà de maset! Luego ponemos un episodio de Ozark para quitarme el mal sabor de boca. Veo que ya se ha estrenado la cuarta temporada de La casa de papel. Estamos de enhorabuena.

Por la tarde me contacta un pequeño, pequeñísimo, empresario del barrio. La Generalitat no le paga desde noviembre. Le debe 3.500 € que para él son una fortuna. ¿En qué punto de las ayudas que tanto nos prometen a bombo y platillo está eso de deber a una microempresa tanta pasta?

El episodio de Ozark se ha convertido en tres. La tarde ha volado entre traficantes de droga, agentes del FBI y demás ralea. El día termina sin que haya escrito ni una sola línea de mi nueva novela. ¡Maldito virus!

*Escritor