Aunque en esta página hemos abierto muy a menudo al abanico cronológico donde cabían tantísimos seres humanos de dos y tres siglos, un hecho cierto es que nos hemos centrado muy a menudo en escenarios de mediados del XX, valiéndome sin duda de mis contactos o afectos personales que me permitían haber conocido o tenido cordial trato directo con mis personajes.

A Manuel Cerdá y su esposa Emilia Ferrer, puedo acercarme ahora a ellos y verlos formar parte de un grupo humano muy significado en Castellón, en aquellos años cincuenta al setenta, en el que era una estampa muy representativa de la época, grupo del que recuerdo los nombres de los caballeros, aunque puede que sus esposas fueran de las más brillantes estampas para quien tuviera ocasión y capacidad de observación. Hablo del médico Vicente Gea, del arquitecto Vicente Vives, de los farmacéuticos Francisco Cabedo y Manolo Segarra, de Juan Colón, también de los cuñados de Cerdá, es decir, Casimiro Meliá y Pepa Ferrer, aunque estoy seguro de que hoy, al acercarse a la página, muchos de los hijos de los citados añadirían algunos nombres más.

LA TORTUGA // Ya se conocen las costumbres de seres humanos como los que cito. Un día a la semana iban a cenar al domicilio de uno de los matrimonios, aunque puede que una vez al mes lo hicieran en un restaurante, muy a menudo al del Casino Antiguo. Las charlas parecían algo intrascendentes, aunque predominando el buen humor en todo momento y siempre sobrevolando entre el humo de los cigarrillos y el tintineo de las copas el amor compartido a Castellón, entre las críticas o los lamentos sobre lo que se podría y debía mejorarse. Un día, cuando en el objetivo del grupo se proyectaba viajar todos juntos a cualquier lugar de España o de Europa, alguien dijo que había que bautizar las excursiones a galope entre lo cultural y lo recreativo. Y apareció el nombre de ‘Viajes La Tortuga’, muy oportuno puesto que se trataba de gente tranquila y sosegada, sin prisas. Una cosa cierta es que fueran donde fuesen siempre enarbolaban el cartel del acendrado castellonerismo y, en el fondo, se convertían en embajadores de buena voluntad. Pero ya algo nostálgicos, unos días que estuvieron en París, cenaron todas las noches en un pequeño restaurante donde un viejo pianista de color interpretaba con gran sentimiento “El tiempo pasará…”. Se llamaba Sam. Y les dijeron a los castellonenses que la música sonaba todas las noches después del estreno de la película Casablanca. Algo para recordar.

LA VIDA // Hijo de Rafael Cerdá y Patrocinio Velázquez, en la población de La Cenia, Tarragona, nació Manuel el 3 de agosto de 1910, hermano del también llamado Rafael, como el Notario, cabeza de familia. Licenciado en Derecho por la Universidad de Tarragona, Manuel opositó a Inspector de Trabajo y, al aprobar, fue destinado a Castellón donde ejerció la Jefatura de la Inspección Provincial desde la posguerra hasta su fallecimiento. También fue nombrado Jefe de la Obra de Previsión Social de la provincia. Lo cierto es que pronto conoció a la joven Emilia Ferrer Carrera, oriunda de Jérica, donde su padre, Agustín Ferrer, ejercía como médico. La chica tenía otras tres hermanas, Amparo, Lourdes como la madre, y Pepa. Esta última, Josefa, también contrajo matrimonio con el ilustre Casimiro Meliá.

La boda de Manuel Cerdá y Emilia Ferrer tuvo lugar el 2 de mayo de 1942 en Líria, donde, como notario, el padre ejercía entonces. Pero es en Castellón donde nacieron los tres hijos del matrimonio, Rafael, también abogado, Inspector de Trabajo, aunque ahora en excedencia, y Presidente del Comité Económico y Social de la Comunidad Valenciana; Manuel, licenciado en Derecho y Director Provincial del INSS y de la TGSS; y Agustín, Corredor de Comercio y Notario de Castellón, que falleció inesperadamente en septiembre del 2010.

MAGDALENERO // Ya es sabido que fue en 1945 cuando Castellón puso en marcha unas fiestas de la Magdalena de nuevo diseño, apoyado en la creación de varios sectores en la ciudad, que se agrupaban en torno a la Junta Central de Festejos --así se llamaba entonces--, de la que en esencia el presidente era el Alcalde, aunque se designaba a un Concejal para que, nominalmente, figurara en representación de la Corporación Municipal como Presidente. Las Gaiatas monumentales, el deslumbrante Pregó y, lo más popular, la Romería de les Canyes, era el eje de la programación oficial, donde apareció después la Ofrenda a la Patrona, la Mare de Déu del Lledó, una proclamación de la Reina a modo de Imposición de Bandas, que siempre se celebraba y de rigurosa etiqueta en el Teatro Principal, al igual que un elegante Certamen Literario. Aparecieron después otros actos, siendo el más significado la Cabalgata Infantil, un Mesón del Vino y varias denominaciones complementarias, como ‘Fiestas de la luz’ en aquel año 1962 en el que tuve ocasión, a través de la Junta, de coincidir con Manuel Cerdá como vicepresidente por medio del llamado ‘Hostal de la Llum’ que yo dirigía.

LOS SECTORES // Cada año, las comisiones de cada sector, además de volcarse en la confección de su propia Gaiata, acogían en un principio a personas muy significadas de la ciudad, al menos como Presidente. Y así fue elegido en los años cincuenta Manuel Cerdá de la Gaiata número 5, la del Hort dels Corders, como centro neurálgico del casco urbano de Castellón. Fue cuando se inició el Festival Internacional de Coros y Danzas, algo hermoso que se fraguó entre la Sección Femenina, de Pepita Sancho, y el ya legendario José de Sanmillán.

Y mientras los sectores fueron aumentando su protagonismo, la Junta seguía manejando los tiempos y las melodías. Cuando la Alcaldía pasó de José Ferrer a Eduardo Codina, al que seguiría Francisco Grangel, comenzó a ejercer de Presidente de la Junta Central el concejal y médico Pedro Botella y, a continuación, Álvaro Nebot y después Joaquín Pitarch, personas que se rodearon de Carlos Murria, Víctor Beltrán, Aragonés, Tárrega, Algueró, Quiquet, González Rubio, Manuel Salvador como secretario, y vicepresidente durante unos años Manuel Cerdá Velázquez, director ejecutivo en aquellas ediciones.

Lo cierto es que, entre unas y otras cosas, ya vamos quedando muy pocos para contarlo… H