Nos despertamos cuando mi mujer regresa de la guardia. Todo ha ido bien. Sin novedad en el frente. Ya hay equipos de protección individual para los sanitarios en los hospitales, camas libres en la UCI y tratamientos efectivos contra las inflamaciones que provoca la infección del covid-19. Parece que las tornas se están girando. Hemos tardado en reaccionar por la falta de previsión gubernamental, pero hemos reaccionado. Estamos viendo la luz al final del túnel. Vamos a ganar esta guerra contra el bicho, el maldito bicho, y cuando todo termine seremos más fuertes. Habremos aprendido una valiosa lección, o varias, y seguiremos adelante. Porque la vida siempre sigue adelante. Se abre paso, como decían en Parque Jurásico. La vida siempre se abre paso.

Desayunamos y nos ponemos con los deberes. Ni siquiera nos molestamos en abrir la web Mestre a casa. Allá ellos. Las profesoras de mis hijos nos han mandado las tareas por email, como cada día. Nos advierten además de que solo habrá deberes hasta el miércoles, pues el jueves ya llega la Pascua. ¡Vaya toalla! Había perdido la noción del tiempo. ¡Ya es Pascua! Este año no la celebraremos en Benicàssim, ese maravilloso lugar que la iniciativa privada ha convertido en un destino gastronómico de primer nivel. Este año la pasaremos en Castellón, en el piso, encerrados. ¡Maldito virus!

Me doy una vuelta por las redes sociales y veo las mismas caras, los mismos gestos, amigo mío, y quiero ser más rápido que ellos y echar todo a perder, un día tras otro, y un buen rato después saber llegar a casa antes de que el sol me diga que es de día. Casi nunca sé, dónde estoy, no me importan los días ni la dirección. Te preguntarás, qué coño hago aquí, dispuesto a buscar pelea si hace falta.

Esta estrofa del tema Blanco y negro describe mi estado ánimo. Me siento bien, me siento fuerte. Con ganas de comerme el mundo. Y dedico esta columna a mi amigo Ricardo, que de jóvenes adoraba a los Barricada. Yo no. A mí me gustan ahora, cuando ya paso de largo los 46.

Los niños preparan el tema La poesía. En valenciano. Me gustaría que lo hicieran en castellano, pero, a fin de cuentas, no le mires el dentado a caballo regalado.

A las 13.00 horas me echo la siesta del borrego. Sueño con un mundo mejor. Uno en el que no tengo que escribir esta crónica diaria porque todos estamos trabajando, o paseando, o haciendo lo que nos da la gana porque el covid-19 no ha entrado en España. Y no lo ha hecho porque en enero, cuando en China las estaban pasando canutas, el Gobierno tomó las medidas preventivas necesarias. Un mundo en el que los ciudadanos somos dueños de nuestro destino, de nuestras propias vidas, y nos hacemos responsables de nuestras elecciones, de nuestras decisiones y preferencias.

Hoy comemos lentejas. Con sus verduras y embutidos. No elegimos. Mi mujer elige por todos. Sabe lo que conviene.

Después nos sentamos en el sofá y vemos una nueva película de Netflix. Y un par de capítulos de Ozark (ya vamos por la tercera temporada) y unos dibujos animados que les gustan mucho a mis hijos. Irreverentes. Gamberros. Casi tan reales como la película Godzilla, que vemos a renglón seguido. Hemos hecho un buen uso de la plataforma digital. Solo con lo que hemos visto hoy hemos amortizado lo que pagamos al mes.

El día termina sin que haya escrito ni una sola línea de mi nueva novela. ¡Maldito virus!

*Escritor