Habrá que apelar al chauvinismo más recalcitrante y reivindicar que los mejores arroces se cocinan y, por ende, se comen en Castellón, frente a la sofisticación mediática de Valencia o Alicante, cuya gastronomía en clave de paella parece que vista más (Dios nos libre, no obstante, de entrar en guerras gastronómicas estériles). Y si no, ya lo decía un Manolo García clarividente cuando en una de sus canciones invitaba al mundo a comer arroz por estas tierras y estos yantares, y los domingos son días de paella a los pies de los naranjos.

Lo tiene claro Borja Llido, de Gastro Bar El Chato de Artana, flamante ganador del concurso Arrocito de Castelló, frente a otros 19 chefs de toda España. Borja no ocultaba ayer su satisfacción: "Es todo un honor, un privilegio… para poder llevar el nombre de mi restaurante lejos de mi localidad».

Pero, fuera de publicidades de su local, este joven cocinero de 31 años, heredero de una tradición de bar restaurante con más de 46 años de historia, primero con su abuelo y después con su padre, formado ya en las nuevas tendencias y estilos de la gastronomía moderna «que acaban siempre en lo clásico y casero», es un entusiasta de los arroces. «El arroz es un lienzo en blanco, con posibilidades e ingredientes infinitos», detalla poéticamente, y para cuya elaboración solo es necesaria «la paciencia y el amor con que lo haces».

Con una receta preparada por Miguel Barrera, el estrella Michelín de Cal Paradís, y que incluía langostinos, sepionets de punxa, rape y alcachofas, Borja confiesa que le introdujo su propio secreto, sus propias claves como «sofreir detenidamente las cabezas de los langostinos, las colas y espinas de rape y reducir el fondo que repartieron para dar un sabor más concentrado».