En los primeros tiempos de la fábrica alcorina, todavía seguía imperando en toda Europa el gusto por las obras que salían de China (las chinerías), y demás ornamentación extravagante, que el mundo oriental había exportado a nuestro continente. El predominio de la curva y la contorsión de las formas, desplazaron lo grotesco. Se llegó a una época en la que era normal una curiosa combinación de soles, angelotes, flores y árboles extraños, para la decoración profusamente de platos y fuentes, salvillas y mancerinas, para pasar a la pintura de bustos o la decoración de trofeos. En definitiva, se pasó a una época especialmente brillante en el mundo de la cerámica de l’Alcora.