Ángel de la guarda, según las creencias cristianas, es el ángel al que Dios da la misión de proteger, guardar y guiar a cada persona durante su vida. Hoy, después de un largo mes y medio fatídico que no podíamos imaginar ni en la peor pesadilla, esa definición viene como anillo al dedo para aplicarla a nuestros sanitarios.

España, por desgracia, lleva camino de las 26.000 víctimas, más otros miles que no figuran en las estadísticas, pero la otra cara de la tragedia brilla con la alegría en los rostros de quienes han podido superar la pandemia gracias a la sabiduría, el empeño y el tesón de nuestros ángeles de la guarda.

Mediterráneo se sumergió esta semana en la zona cero de la sanidad. El corazón del Hospital General de Castellón, esa UCI donde un equipo de profesionales pasa largos turnos durante los 365 días del año con una tensión que solo los más fuertes, y quienes desde niños han tenido la vocación de salvar vidas, son capaces de aguantar. Una tensión elevada al máximo desde mediados de marzo cuando el coronavirus pilló a buena parte de Europa con el pie cambiado para destapar las vergüenzas de unos cuantos.

Esta crisis internacional sin precedentes en el último siglo ha servido precisamente para poner a todos de acuerdo en que la Sanidad debe ser algo intocable dentro del llamado Estado del Bienestar, que tanto se pregona cuando llega la época de llenar los programas electorales, pero que después siempre queda en un cajón. España entera lleva más de 40 días saliendo a los balcones de las casas para aplaudir a nuestros ángeles de la guarda. Se han convertido en el símbolo de un país.

Sanitarios desprotegidos que han sufrido y sufren el tijeretazo que los gobernantes llevan lustros aplicando a nuestro sistema nacional de salud. Unos recortes desmedidos -especialmente por parte de quienes robaron a dos manos dinero de las arcas públicas-- que ahora se padecen en carne propia. Los pacientes afectados y también los profesionales, porque es vergonzoso que cientos de ellos se hayan infectado por la falta de equipos de protección. Algo insólito en una Europa que siempre dice estar a la vanguardia en casi todo y que ahora ha sacado a relucir sus miserias.

Basta ya. Nos han tocado a nuestros ángeles de la guarda. La doctora Amparo Ferrándiz, responsable máxima de la UCI del General, también ha tenido que padecer el virus. El doctor Xavier Guasch, jefe clínico de esa unidad, ha cogido el timón. Ambos -siempre en un discreto segundo plano-- son la cara de la sanidad en la provincia, desde Vinaròs hasta Almenara. Intachables profesionales que siguiendo la estela del doctor Abizanda (q.p.d.) hacen que la Sanidad en Castellón sea la envidia de casi toda España. Aguantan al pie del cañón por amor a su profesión y porque son defensores de la sanidad pública. Pero algo va mal cuando el hospital ha perdido en poco tiempo a profesionales brillantísimos como José Luis Salvador o Jesús Merino y otros, como García Vila, han arrojado la toalla, renunciando a una jefatura ganada a pulso... Y en atención primaria, en los centros de salud, más de lo mismo.

Decimos que habrá un antes y un después del covid-19. Que nos hará más fuertes. Que estaremos más unidos... Esta vez debe ser verdad. Las generaciones futuras no nos perdonarían que sigamos en discusiones absurdas en lugar de remar en la misma dirección. No sé qué pasará en el Congreso, pero en Les Corts dos castellonenses tienen en este momento los votos en sus manos. Ni derechas ni izquierdas. Queremos políticos de las personas. Ximo Puig e Isabel Bonig deben liderar la reconstrucción de la Comunitat Valenciana. Sin siglas, sin protagonismos, con humildad. Unidos como una lapa. Otro castellonense, Alberto Fabra, que vive gracias a un milagro de nuestros ángeles de la guarda, puede y debe ser un buen árbitro. Todo lo que no pase por ahí nos lleva a la ruina. Y ellos quedarían retratados de por vida.