Recuerdo la pulcra figura de Carlos Armiño, profesor del Instituto Femenino en aquellos primeros años 60 cuando en Castellón, comienza el despegue industrial y, siendo capital, deja de ser pequeña ciudad para abrir sus ventanas al mundo y sus ojos se vuelven a encontrar con "lo cultural", con todas las tendencias posibles. En ese contexto, en el profesor y escultor Armiño aflora su amor al espíritu clásico de la época en que estudió y se manifestó su vocación de artista ya que, veo en su entorno, en su aura la corona de lo civilizado, también la elegancia en el vestir y en el comportarse, lo culto y cultivado en el hablar, la serenidad en su rostro serio, tal vez excesivamente impenetrable, quieto y relajado, aunque nunca impávido.

Haciendo memoria me llega de él su acercamiento de cliente de librería con la etiqueta de profesor de enseñanzas medias en la solapa, también como integrante de una tertulia del Casino con algún artista multidisciplinar como José Borrás o con gente tan dispar como mi tío Manolo Sabater o el profesor Francisco Esteve, estos últimos solteros como Armiño, cada cual con su mundo a cuestas, con sus profundas conclusiones sobre lo más sencillo y aparentemente trivial, ya que los sabios gustan de encontrar siempre algún significado al leve aleteo de una mosca y, siendo ya solterones, al bamboleo inquietante de una falda femenina al pasar. Lo que quiero decir es lo que yo percibía de aquel grupo de personas es que eran capaces de afirmar que cada individuo es casa, hotel, café, teatro, oficina de correos, estación de tren. En fin, que cada ser humano es una tienda de antigüedades, una pieza de exposición reproducida en tantas imágenes como memorias la guardan dentro. Y todo me lo inspira, como contradicción, aparente, un ser humano hijo de un capitán de Carabineros. Así que...

LA VIDA El origen de la familia está en Pedro Armiño de la Garmilla, oriundo de la provincia de Burgos, capitán de Carabineros obligado a viajar por distintos puntos de España en persecución de los contrabandistas de la época. Contrajo matrimonio con Dolores Gómez Martí y cada uno de sus ocho hijos nació en una provincia distinta, aunque fue Castellón el lugar de mayor asiento. Así, Lolita, Pilar (madre de los castellonenses Pepín y Miguel Bernat), Manuel, nuestro Carlos, Pedro, Julia, Nati (madre del que fuera teniente de alcalde de Castellón, Hipólito Beltrán, en los primeros años de la democracia) y Luis, que fue el único hermano que nació en Castellón y que todavía vive a los 93 años de edad.

Por razones de los viajes de sus padres, Carlos Alonso de Armiño y Gómez nació en 1906 en Estepona, de Málaga, pero ya fue castellonense desde los dos años y aquí aprendió a leer y escribir y fue de los primeros alumnos del Instituto Ribalta. Y también de los beneficiados de las grandes enseñanzas que recibió en el taller de Vicente Castell, aunque después tuvo la suerte de ser alumno de Julio Romero de Torres al asistir a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid.

En 1925 obtuvo la beca de la Diputación Provincial para seguir estudios de escultura en París. Unos años después, participó como importante artista en la Exposición de Primavera de Barcelona, consiguiendo sus primeros galardones en 1935, cuando ya había obtenido por oposición la cátedra de dibujo en el Instituto de la ciudad de Tarrasa, donde se fraguó gran parte de su gran obra escultórica. Su amigo y compañero de aquellos años fue el erudito y profesor de Geografía e Historia, Santiago Sobrequés. También el pintor Isidro Ódena. Su hermano Luis Armiño estuvo viviendo una temporada con Carlos y a los dos les pilló la angustia de la guerra civil y ambos sufrieron prisión hasta 1941. Después hubo que buscarse la vida, el instituto había desaparecido y tuvo que hacer valer su categoría de escultor. Se unió a otros jóvenes artesanos de Tarrasa y en su taller pudo trabajar y crear arte. Alguna gran obra procesional, como su famosa Verónica y pequeñas realizaciones en terra-cuita, relieves, bronces que le permitieron participar en exposiciones, alguna en Barcelona, donde tuvo la gran alegría de una visita inesperada, la de Juan Bautista Porcar, que le aproximó otra vez a Castellón y que tuvo el gesto tan característico del "gran Batiste" de comprarle casi toda su producción escultórica expuesta. Ambos tramaron el plan a seguir: Vivir de nuevo en nuestra ciudad a base de aceptar la plaza de profesor de dibujo en el Instituto de Tortosa, donde iría a dar clases dos días a la semana, en viajes de ida y vuelta.

Así hasta 1963 en que ya se incorporó definitivamente como catedrático de arte y dibujo en el Instituto Femenino, primero en el propio edificio del Ribalta y poco después ya en el nuevo de la calle Moncófar, que hoy es Instituto Penyagolosa, donde se jubiló al cumplir los 70 años. Pero aún tuvo energías en su taller para seguir creando arte. En 1980 participó en el I Encuentro Internacional de la Crítica de Arte, auspiciado por Aguilera Cerni desde el Museo de Arte Contemporáneo de Villafamés, donde Carlos Armiño no se cansaba de repetir la supremacía de la escultura mediterránea, egipcia, romana, griega y española. En 1989, plácidamente, silenciosamente, con elegancia y sin molestar a nadie, falleció en Castellón a los ochenta y tres años de edad.