La salida de las Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación del Hospital Provincial nos da ocasión para recordar, o quizá reconocer, lo que estas religiosas han sido para Castellón y toda su provincia.

La historia del hospital data del año 1859. Las Hermanas de la Consolación llegan al centro sanitario reclamadas por el Ayuntamiento de la ciudad, para confiarles la responsabilidad de su gestión y administración.

Fue la primera comunidad que Santa María Rosa Molas, fundadora de la Congregación, abría fuera de Tortosa. Por eso, el Hospital Provincial ha sido siempre una casa especial y muy significativa para las Hermanas de la Consolación.

He tenido ocasión de poder hablar con las hermanas que, como voluntarias, han permanecido estos meses en el centro, prestando su humilde servicio: M. Presentación, M. Rosario y M. Natividad. Como ocurre en las familias, en un momento así, estas hermanas gozan recordando lo vivido en la comunidad del hospital, que ha sido su casa durante muchos años.

Son la voz de tantas religiosas que a través de los años ofrecieron su trabajo, comprensión, cercanía a los enfermos y a sus familias. Una vocación al servicio de los que sufren. Están contentas al ver realizada su vocación personal. Y sienten que en este momento solo cabe el agradecimiento al Señor.

Recuerdan aquellos primeros años, cuando se incorporaron a esta casa hace varias décadas. Llegaron a ser una comunidad muy numerosa, ¡hasta 42 religiosas! Pero la falta de vocaciones ha hecho que se fueran reduciendo.

A cambio de lo que han podido ofrecer con la entrega de su vida y el carisma de la consolación, reconocen que han recibido mucho de sus compañeros y compañeras, del personal sanitario y trabajadores en general, y que durante todo este tiempo se han sentido queridas y respetadas.

  • Muchas tareas que hacer y atender con pocos medios

Comentan de esos años que había mucho que hacer y atender con pocos medios. El hospital siempre ha tenido acogida para infinidad de necesidades: enfermos de toda condición, maternidad, salud mental, discapacidades. Personas sin familia, situaciones especiales y extraordinarias... Todo era bien recibido y allí estaban las madres día y noche.

Dicen que al día le faltaban horas. Recuerdan con una sonrisa cuando toda la ropa se lavaba a mano; cuando subían la comida a las salas desde la cocina, pero el montacargas no llegaba hasta el final, así que se valían de sus fuerzas para acarrear las cazuelas.

Las religiosas argumentan con una pizca de humor, y agua pasada, los imprevistos que se vivían en algunos momentos, cuando aparecían las goteras en las salas; en el dormitorio de la última planta cada vez que llovía el trasiego era grande, ¡el agua no respetaba nunca ninguna hora!

Dificultades de aquellos años que tenían que superar con una buena organización, valentía, ingenio, carácter y serenidad. «¡Pero el Señor siempre nos ha ayudado!», repiten continuamente y de muchas maneras.

Las religiosas se sienten con mucha paz, satisfechas y felices por esa entrega durante muchos años. Unas como enfermeras, otras en la lavandería o en la limpieza… Sea como fuere, siempre tenían a la puerta gente que iba a pedirles trabajo.

Las hermanas han visto crecer el hospital, cómo se ha ido transformando. No ha dejado de crecer en ningún sentido. Y ellas se sienten parte de aquel comienzo, hace 150 años.

Como siempre, cada día siguen poniendo en manos de la Divina Providencia a los enfermos y sus familias, y a «los trabajadores de la casa», como a ellas les gusta decir. He percibido en ellas un asomo de nostalgia, porque esta historia tan querida por la Congregación parece que va diluyéndose…

Recordar y hablar del Hospital Provincial de Castellón y sus pueblos ha sido y es tener presente a las Hermanas de la Consolación. ¡Van de la mano! Al margen de lo que establezcan las leyes o convenios, Castellón y la provincia deben reconocer a las hermanas lo que han hecho y han sido para muchas generaciones. No deberíamos dejarlas salir por la puerta pequeña, su entrega merece un gran reconocimiento. ¡Gracias!