Mi mujer regresa de trabajar y nos despierta. Tiene grandes noticias. La Generalitat va a pagar a los sanitarios un plus de peligrosidad por su lucha contra el covid-19 en abril. Por el de marzo no. El virus en marzo era menos peligroso, entienden. El caso es que ese plus asciende a treinta y tres euros. ¡Treinta y tres eurazos! ¡Señoras, señores, niños y niñas! El plus de peligrosidad, es decir, el plus salarial por jugarse la vida en una situación extraordinaria, asciende a cinco mil quinientas pesetas. ¡Nos lo quitan de las manos! ¡Aleluya! ¡Estamos salvados! ¡Viva el Gobierno valenciano, la madre superiora y la madre que los parió! Cinco mil quinientas pesetas. Eso vale, para nuestros políticos, la vida de un sanitario.

Bajo a la perrita a pasear, compro el pan y el periódico. Ya no llueve. Cuando subo a casa empiezo a leer las noticias.

Lo primero que veo es que Ignasi Garcia, de Compromís per Castelló, se suma a la idea que defendí el sábado pasado en este periódico. Begoña Carrasco, del Partido Popular, está en esa línea desde hace incluso más tiempo. Ambos defienden, cada uno a su manera, con sus matices, la bajada/donación de sueldos de los concejales en el ayuntamiento. Ahora falta que se sumen Vox, PSOE, Podemos y Ciudadanos. Estamos más cerca. Pero no basta con la capital. Los cargos públicos de todas y cada una de las grandes ciudades de la provincia, incluidos los de la Diputación, han de donar el cincuenta por ciento de su sueldo de abril para comprar material sanitario. Y los asesores nombrados a dedo, también. Más si cabe, pues cobran mucha pasta para lo que hacen. Lo exigimos muchos ciudadanos. Veremos si nos hacen caso.

Lo segundo que me llama la atención es ver a Carlos Escorihuela, representante de los empresarios turísticos, pidiendo que el Gobierno no deje morir de hambre al sector. Me gusta su forma de expresar la idea. Morir de hambre equivale a ir a la quiebra. Aunque pienso que si las decisiones dependen de Espinete y Don Pimpon, vamos apañados.

Me pongo con los deberes de mis hijos. La web Mestre a casa funciona bien. Estoy contento. Hasta que deja de funcionar. Como ayer, me acabo enfadando.

Para cuando me echo la siesta del borrego estoy mentalmente agotado. No puedo soñar con un mundo mejor. No puedo soñar con nada constructivo. Solo con la revolución francesa y la falta que hace, hoy en día, una revolución ciudadana que le ponga las pilas a una casta política.

En la España actual el ciudadano de a pie no importa. El emprendedor, menos. El autónomo es castigado con crueldad. El funcionario es ninguneado. El experto no es escuchado. El sabio es vilipendiado y solo el indigente mental tiene voz, voto y paguita gubernamental.

Para comer preparamos carne, patatas fritas y ensalada. Ya tenía ganas de hincarle el diente a un buen filete.

Vemos acabar la primera temporada de Westworld y me queda un regusto amargo. Es lenta. Mucho. Y no termina de explotar todo su potencial. Para lo que podría haber sido…

La tarde la dedicamos a contar historias, algún que otro chiste y a jugar con las maderitas de colores que forman una torre. Cada jugador ha de retirar una fichita sin tumbar las demás. Nos reímos un buen rato.

A las 20.00 salimos al balcón. Aplaudimos y saludamos al coche patrulla que circula con las sirenas a todo trapo.

Y así pasa un nuevo día sin que haya escrito ni una sola línea de mi nueva novela. ¡Maldito virus!

*Escritor