A veces nos olvidamos de que la realidad, unívoca y objetiva, no existe. Que los hechos no ocurren ni se ordenan de forma ajena a nuestra interpretación. Sin ir más lejos, en los 50 años de llegada a la Luna, también revivimos toda clase de especulaciones sobre las hazañas del Apolo XI. Los hechos van por un lado, mientras las versiones oficiales se forjan más a menudo con poder que con verdad. Y las conspiraciones, también. Creamos en ellas o no, son relevantes más allá de su certeza, su racionalidad o su bondad. Su función es cohesionar a la contra, retando al discurso dominante.

En una sociedad, tanto construyen los ladrillos como las palabras y los prejuicios, especialmente sobre hechos y lugares que no podemos comprobar. Viví el abismo entre titulares y realidad en Irán, hace un par de meses. Nos fuimos cuando empezó a escalar la tensión con EEUU, dejando a nuestras familias con el corazón encogido. Nos habían contado que más allá de la retórica nuclear, la hospitalidad era su fuerte. Una vez allí, pudimos confirmar que es un conflicto meramente diplomático, pero que se concreta en graves consecuencias económicas, sociales y políticas para 80 millones de personas honradas. En el día a día lo que se percibe es un rechazo enorme a la política internacional, pero más aún hacia el Régimen del Gran Líder. Te preguntan entre bromas qué haces ahí si es un país lleno de terroristas. Saben que eso es lo que nos llega, poco y mal. Entonces sentía pena, injusticia y vergüenza de ser «occidental». Pero todo discurso tiene sus costuras, y estábamos allí para buscarlas.

*Doctora en Sociología