Un buen amigo mío, cuya fortuna celebro, obtuvo «un buen pellizco» hace unas semanas jugando a la lotería. La ilusión de su mujer era redecorar su casa con muebles modernos y una estética muy estructural, frente a la muy convencional aún de cuño romántico (como la mía) propia de las personas que nos casamos hace algo más de 40 años. La cuestión es que tiró «la casa por la ventana» para acomodar los nuevos muebles, cambiar la instalación eléctrica, la carpintería y un largo etcétera que dejó su domicilio al gusto fashion y «guay» de nuestro tiempo.

La acción de «tirar la casa vieja por la ventana» me trajo a la memoria la costumbre de los agraciados a los que les salieron premiados sus boletos con la lotería que instauró en 1763 el rey Carlos III, aquel a quien llamaron el mejor alcalde de Madrid. Para que se notase el nuevo estado de los afortunados con el boleto adquirido en las expendedurías de la plazuela de San Ildefonso, los beneficiados no dudaban en arrojar por la ventana los enseres de los que querían deshacerse, parodiando la costumbre de vaciar los bacines en la vía pública al grito de «¡agua va!». De algún modo ambos actos tenían la equivalencia de deshacerse de la basura, la cochambre. Era, como ya habrá podido suponer el avispado lector, la demostración jactanciosa de mostrar al vecindario el nuevo estado de opulencia en que estaban los recompensados por la diosa fortuna.

*Cronista de Castellón