La ocasión de compartir mesa y viandas con otras personas suele ser agradable. Se presta a charlar y compartir anécdotas y opiniones. Contra más cercanía, confianza y familiaridad con tus interlocutores, mejor. En este contexto, con buena comida y mejor bebida, se dice de todo. Algunos son lenguaraces por naturaleza, otros van creciéndose a medida que beben algo o mucho y entonces no les para nadie. Lo habitual es empezar de modo más moderado y tal como transcurre el ágape se habla más y más fuerte y rápido, depende el número de comensales se van cruzando conversaciones y aumentando el barullo. La sobremesa con café, copa y en su caso puro son el culmen. Si todo ha ido bien y la gente está animada, abierta, suelta, aquello es como la ONU. Todos opinan de todo. Los hay que dramatizan, otros dogmatizan y creen tener la razón irrefutable, lo que suele coincidir con un mayor grado de ignorancia. Contra menos saben más chillan y desde luego vociferar no da ni quita razones. Otros cotillean maliciosamente de quien sea y les acusan con rotundidad de que han hecho esto o aquello, sin ninguna base. Los más atrevidos dan datos concretos para defender sus posturas, lo que es muy peligroso, ya que ahora todo se puede comprobar en internet. Cualquier opinión es respetable y nadie tiene la razón absoluta, todo lo cual expresado de modo educado y escuchando a los demás es enriquecedor. El ignorante que dice disparates, carece de lógica, no argumenta, chilla, insulta y además se enfada porque no están de acuerdo con él, jolines qué insufrible y tonto, retonto puede ser.

*Notario