Parece que Sant Antoni nos deja, salvo alguna población que en el mes de febrero celebrará su fiesta. Y lo cierto es que su paso ha dejado una temperatura cálida en muchos sentidos, sobre todo en el festivo. Hemos disfrutado viendo la variedad de fuegos y celebraciones diversas a lo largo y ancho de nuestra provincia, incluida la capital. Animales tan exóticos como la llama del Perú ha recibido la bendición del santo en la ciudad de Castellón. La internacionalización de la fiesta parece haber emprendido el buen camino.

Es curioso, en cambio, que, por lo que me comentan --yo no lo he visto--, algún centro ha considerado como palabra tabú la de “Sant Antoni”, casi como proscribiendo su mención. Son las fiestas del fuego, se dice, o las del solsticio de invierno con las que, naturalmente, tiene mucho que ver.

Ignorar la tradición es casi un delito --al menos, etnológico--. Uno puede no ser comunista, pero no puede ignorar a Marx. Es este un ejemplo extremo, pero que, en cierto sentido, tiene algo que ver con lo que estamos tratando.

Dejando aparte las antiguas raíces del fuego y de sus fiestas, la actual celebración, ya desde siglos, conlleva una estrecha relación con el santo, lo cual no nos autoriza a ignorar o proscribir un hecho tan evidente. Siete siglos han transcurrido desde su cristianización en nuestro entorno. Periodo suficiente para fijar una tradición que nada tiene de mala, aunque sí con antecedentes paganos. H