Aguardaba esta columnita del miércoles para seguir hablando de un gran amigo, un profesor inolvidable y una excelente persona: José María Arauzo, un castellano castellonense, un hombre que sabía de poesía, de literatura y de humanidad.

Un amigo sincero, amante también de la música, que recorrió las aulas de nuestra ciudad impartiendo clases magistrales, tanto en enseñanza secundaria como en la universidad. Y lo sé porque coincidí con él unos años en el instituto --también con Mari Luz, su esposa-- y otros en la UNED, incluso en Alcap, el centro de poesía, que tanto impulsó.

HABLÁBAMOS de muchas cosas, pero siempre acabábamos hablando de literatura salpicada de filosofía. Su conversación era una delicia, teñida siempre de buen humor. No recuerdo haberle visto enfadado y cuando intentaba hacerlo rectificaba inmediatamente.

Era un hombre bueno como decía su querido Machado: «Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno».

Ahora, con su poesía, se nos fue, recitando, tal vez, aquellos versos que tanto conocía: «Cuando llegue el día del último viaje,//y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,//me encontraréis a bordo ligero de equipaje,//casi desnudo, como los hijos de la mar».

Y TE FUISTE, José María, pero tu recuerdo permanece entre nosotros hasta que otra nave nos lleve a donde tú estás. Entonces no sé de qué hablaremos, pero hablaremos, amigo del alma, hablaremos, maestro de poetas.

*Profesor