Todos los yihadistas son igual de repugnantes, terroristas y asesinos. Buscar lo peor entre tanta porquería es difícil. Ahí está Boko Haram, que, en el colmo de la adyección, usa menores, incluso bebés, como explosivos humanos. Ha secuestrado más de 7.000 niñas, que serán esclavas con la obligación de unirse a un terrorista o ser niña-bomba. Según datos de Unicef, desde el 1 de enero del 2017, 83 pequeños han sido utilizados como bombas humanas, 55 niñas, 27 niños. En las zonas afectadas se cachea a los niños en los colegios, mercados, mezquitas, etcétera, buscando chalecos bomba.

A todos sus secuestrados, les marca, como a animales, y se les somete a un proceso de lavado de cerebro, con medidas mentales, que incluye drogas; y físicas, como pruebas con chalecos falsos para que las niñas sepan activarlo.

Las engañan con argumentos como que «entrarás al paraíso» o «los muertos no son musulmanes verdaderos». Los últimos objetivos han sido campos de refugiados, con el fin de que los que huyen sepan que no se han liberado del terror. Acosado por cuatro ejércitos y grupos armados de autodefensa, Boko Haram ha perdido dos tercios del territorio que tenía en el norte de Nigeria, el sur de Níger, oeste de Chad y este de Camerún. Pero las víctimas han aumentado en los últimos meses. Desde el 2002, este salvaje ha matado a más de 20.000 personas, quemados cientos de aldeas y provocado el desplazamiento de 2,7 millones de personas. Debería haber un clamor internacional y una acción directa para exterminar a estos islamistas radicales y salvar a los niños.

*Notario