Algo se habrá hecho mal cuando una acción tan placentera como viajar comienza y acaba con una experiencia llena de sufrimiento: todo lo que sucede en los aeropuertos. Huelgas, retrasos, falta de información y precios convierten lo que debería ser un mero trámite en un proceso lento, a veces agobiante, incómodo y que repercute en la imagen de los países.

Los trabajadores, como no puede ser de otra manera, tienen todo el derecho a hacer huelga cuando lo consideren oportuno, aunque bien es cierto que los viajeros agradecerían que no se les tome como rehenes y vean cómo sus vacaciones se truncan. Este año con los paros habidos y por haber de personal, tripulantes y pilotos, miles de personas se han quedado y quedarán en tierra. Con la huelga de vigilantes tienen que acudir antes al aeropuerto y esperar más para pasar controles, pero es un pequeño precio asumible siempre que vuelen.

El problema de la experiencia en los aeropuertos, sin embargo, va mucho más allá de que unos empleados reivindiquen sus derechos. Es una cuestión de vivencia completa, de dedicación y aprovechamiento de recursos, de diseño. Pero también de transporte, de compañías aéreas, de saturación del cielo, de inversión, de normas absurdas... Un popurrí amplio, complejo, con muchos actores implicados donde el pasajero es el que acaba sufriendo.

*Periodista