Una teoría de Osho explica que la vida está pautada por ciclos de siete años. Cuando cumples los 7 se abandona la infancia. A los 14 comienza la adolescencia. A los 21, la juventud y su ambición, que a los 28 se atempera para iniciar la estabilidad, que apuras hasta los 35, cuando asoman los miedos. Llega la madurez con los 42, que dejará paso a un periodo de equilibrio, que a los 49 debería ser ya de sabiduría, coronada a los 56.

Pero yo creo -teoría igual de chorra que la de Osho- que más bien la vida se divide en edades según décadas acabadas en nueve. Cada cumpleaños acabado en nueve, descubres que algo concluye y se atisba una aventura. Las cuatro primeras décadas con gran ilusión, las siguientes con inquietud progresiva.

A los 9 años deseas fervientemente tener ya 10, conquistar dos cifras, ser mayor. A los 19 abandonas por fin miedos y complejos para empezar a disfrutar de lo lindo tu propia vida. A los 29 te dicen de que vas a entrar en los mejores años de tu vida y comienzas a buscar seguridades, pareja y trabajo. A los 39 te autoengañas con esperanzas de que ahora sí que viene lo mejor, y que hasta aprenderás inglés y a tocar el piano. Además, por fin tendrás dinero. A los 49 sientes el vértigo del equinoccio vital, vas a ser cincuentón. Por primera vez miras atrás y tienes algún escalofrío. A los 59 ves que la cosa va en serio, se acerca la década de la jubilación que jamás anhelaste. Has ido dejando atrás algunos amigos, has perdido pelo y ganado en paciencia y eficiencia. Caes en la cuenta de lo que dijo Picasso pero hasta la fecha no habías entendido, «uno empieza a ser joven a los 60 y entonces ya es demasiado tarde».

*Arquitecto