Nadal tocó las campanas de su catedral particular de París. «¡2005, 2006, 2007, 2008… 2010, 2011, 2012, 2013, 2014… 2017, 2018 y... 2019!», le cantó Fabrice Santoro, el extenista francés, imitando el peculiar estilo del speaker de Roland Garros cada vez que presenta al campeón. Una vez más, y van 12. El mejor tenista de la historia, el australiano Rod Laver, campeón dos veces del Grand Slam, le entregó la Copa de los Mosqueteros. De la mano de un mito a la de otro mito que se ha ganado ya una plaza en el firmamento de las leyendas del tenis con la friolera de 18 Grand Slams, a solo dos de Federer.

Nadal besaba y abrazaba la copa como si tuviera un bebé en sus brazos en el podio mientras cientos de fotógrafos plasmaban su felicidad. Un momento único. «Una emoción inexplicable», había dicho a los 15.000 espectadores que vieron batir un récord que posiblemente no volverán a ver. «Ha sido un año muy especial. Cuando uno se lleva bofetadas acaba herido; mentalmente lo he pasado mal», admitía horas después de su victoria. Acordándose de los malos momentos, tras retitarse en Indian Wellls. «Física y mentalmente me sentía sin energía, muy negativo», recordó

El esfuerzo de esta victoria solo Nadal y su equipo lo conocen. Por eso cuando Dominic Thiem cometió el último error que le costó la derrota por 6-3, 5-7, 6-1 y 6-1 tras tres horas y un minuto, Nadal se tiró al suelo de espaldas para celebarlo emocionado. Hace 15 años había hecho lo mismo cuando ganó su primer Roland Garros. Fue un momento intenso, de emoción íntima, en la que no pudo reprimir sus lágrimas. «No puedo explicar lo que he conseguido. Soñaba con ganar Roland Garros… pero 12 veces es imposible de explicar», dijo al público. «Es irreal. Eres una leyenda del deporte», le felicitó Thiem.

OBSESIÓN POR JUGAR / Nadal no dejó escapar su oportunidad. Su obsesión era poder jugar Roland Garros este año, después de los problemas que había tenido que superar desde principio de temporada. Un mes y medio antes temía no llegar a tiempo. Por eso salió a la pista dispuesto a aprovecharlo. El partido se presentó como una pelea de pesos pesados, aunque Thiem acabó vapuleado como un peso mosca sobre ese ring de color rojo en el que ha conseguido sus mejores victorias.

Thiem empezó fuerte, como esperaba Nadal. Le había ganado en Barcelona. El austriaco presionaba con sus golpes pero Nadal le respondía cada vez. Los dos, montados en la línea de fondo, pegaban en busca de dar el golpe buscando, el agujero por donde colar la bola amarilla al rival. La batalla se mantuvo hasta el 2-2 y el primer break se lo apuntó Thiem (2-3), a los 25 minutos. Aviso. La respuesta de Nadal fue contundente con dos roturas seguidas (3-3 y 5-3) y el primer set.

UN ESPEJISMO / Tras perder la primera manga, vital para sus opciones, Thiem pareció perder la adrenalina con la que entró en la pista pero mantuvo la igualdad hasta el 5-5 y se encontró con la opción al final de romperle el servicio a Nadal y apuntarse el segundo set, mientras el público le animaba. Fue un espejismo. En el tercer set Thiem perdió de salida 16 puntos. Solo ganó uno y eso le costó ceder dos saques y recuperar a Nadal, que se colocó 4-0.

Un golpe de autoridad del campeón. Nunca hay que bajar la guardia ante el mejor de la tierra. Thiem ya no tenía fuerzas para mantener la lucha. Estaba pagando el maratoniano duelo de semifinales contra Novak Djokovic. Estaba grogui. Fallaba un golpe tras otro mirando a su palco, a su entrenador Nicolás Massú, a su novia, la tenista francesa Kristine Mladenovic, con impotencia. La roca se deshacía como un terrón de azúcar en agua. Thiem era una sombra del tenista que el día anterior había acabado con Djokovic. Solo pudo ganar dos juegos en esos dos sets antes de ir a la red para abrazarse a Nadal.

LOS MÁS CERCANOS / En el otro palco vecino la celebración era máxima, casi como si fuera el primer Roland Garros. Carlos Moyà se abrazaba a todos emocionado. Sabía lo que significaba ese momento para su amigo, «Hemos pasado momentos muy duros y con muchas dudas. Necesitaba creer que estaba jugando bien otra vez», valoraba el entrenador del campeón. «Pocas cosas me sorprenden ya de Rafa, pero lo que ha hecho tiene un mérito excepcional. Una vez más ha sido capaz de reinventarse y de salir de una situación complicada para volver a levantar la copa en París», decía Francis Roig, otro de los miembros claves del Team Nadal. «¿Quién iba a pensar en el 2005 que hoy le volvería a ver levantar la copa en Roland Garros? Me impresiona verlo otra vez», decía muy contento Toni Nadal, su entrenador de toda la vida, ahora en segundo plano.