Por fin, llegó el día. La ropa doblada en la taquilla del dorsal 1 del Villarreal ya avisaba de que, el de ayer, no era un partido cualquiera. Ya no hablamos de tres puntos importantes para el futuro europeo del equipo amarillo o de una grada que respondió a la llamada de Calleja para minimizar el cansancio de un último viaje de 12.000 kilómetros. Que Sergio Asenjo se volviera a poner los guantes, aunque solo fuera para estar alerta en el banquillo, ya era motivo más que sobrado para la celebración en el Estadio de la Cerámica. Lo del palentino ya no tiene calificativos para describirse. Acaso el de superhéroe, porque solo alguien con poderes sobrenaturales puede ser capaz de emular lo que ha hecho Asenjo: cuatro regresos a la competición tras cuatro gravísimas lesiones de rodilla. Y todas en el corto espacio de seis años. El último ayer, 268 días después de romperse la rodilla izquierda en otra cita por todo lo alto, ante el Real Madrid.

Falta la confirmación, el momento en el que Sergio vuelva a situarse bajo los palos e, inevitablemente, muchas lágrimas se deslicen por las mejillas de los aficionados —«los mejores aficionados», puntualiza el propio Asenjo—, pero sobre todo de las personas que han vivido más de cerca el largo proceso de la recuperación, el último gesto de heroicidad del guardameta, la familia, los más allegados y ese «padre» deportivo con el que define el palentino a Jesús Unanua. Solo Calleja tiene ese día marcado en su agenda. ¿Será el miércoles?