Cuando se ve llegar al pelotón relajado a las calles de Revel, en un día otoñal, de viento, chubascos y niebla, con los corredores hablando entre sí -Ion Izagirre con Mikel Nieve y Chris Froome con parte de sus compañeros del Sky- bien se podría pensar que el Tour ha ampliado un día la jornada de reposo y reflexión de Andorra -cómo afrontar la segunda semana de competición-. Pero qué lejos de la realidad. Más bien, lo correcto, el análisis, lo sucedido en la despedida de los Pirineos, es que este Tour que controla Froome y anima Peter Sagan sorteó con la moneda de la suerte un día de trampas y peligros, en los que suele haber poco que ganar.

Solo hacía falta ver cómo estaba el descenso de Envalira (en el ascenso atacó Alejandro Valverde e inquietó al jersey amarillo por lo que podría haber ocurrido), cuando el Tour dejó la soleada Andorra para penetrar en la desolada Francia, un territorio de niebla, de frío, donde a 10 metros no se veía la bici rival, y donde se bajó sin pensar en el futuro y la jubilación, como lo hizo Jacques Anquetil,en 1964, en la misma ruta, con la misma niebla y el mismo frío, para salvar la victoria en París con un descenso memorable, quizá junto al de Miguel Induráin en el Tourmalet de 1993, uno de los mejores en la historia de la ‘grande boucle’.

Si se vio a un pelotón sonriente y tranquilo, casi llegando de paseo al gris Revel, no muy lejos de Carcasona, quizá fue para relajarse de lo que pudo pasar y no llegó a ocurrir al abandonar los Pirineos, cuando la carretera se aplanó; la señal para que un viento casi huracanado encendiera la luz roja, todos delante, todos alerta, todos con los cinco sentidos bien puestos, porque con el aire cualquier despiste, cualquier ánimo por ir a recoger un bidón, podía significar quedar cortado y enterrar cualquier opción de pelear por la general. Podía ser un adiós al Tour, para cualquiera de los 10 ciclistas que encabezan la clasificación general y que están distanciados por apenas un minuto, con la mitad de la carrera ya superada y pensando en la etapa del jueves, en el maravilloso Mont Ventoux.

EN BUSCA DE TODOS LOS 'MAILLOTS'

Y si se relajaron en los últimos 25 kilómetros, tras un corte del pelotón que apenas inquietó, fue porque vieron que la escapada que comandaba un día más, siempre que pueda, Peter Sagan ya era imposible de capturar y no valía la pena malgastar fuerzas por qué sí y porque queda mucho y porque después del Ventoux llega la gran contrarreloj y la cita inquietante con los montes del Jura.

Y porque Sagan, pese a no ganar, segundo en la etapa detrás deMichael Matthews, se había concienciado para animar el día, golpear a sus cinco compañeros de fuga y ampliar su colección de ‘maillots’. "Si pierdo el amarillo --dijo el día que lideraba el Tour-- todavía me queda el verde (el que recuperó este martes) y si no me pongo el de campeón del mundo (con el que llegó a Revel)".

Sagan es un corredor extraordinario, puro espectáculo, el que entusiasma ahora al patrón de su equipo, Oleg Tinkov, hasta el punto de que salga a entrenar con su ciclista eslovaco vestido como él con el jersey arco-íris. Pero a la vez es un tremendo error táctico acudir al Tour con dos ciclistas que se quiera o no son incompatibles. Sagan necesita un equipo para él y el ya ausente Alberto Contador(unos pocos días sin coger la bici, adiós a los Juegos, tal como avanzó este diario, y a la Vuelta) no podía afrontar la victoria con los intereses deportivos cruzados de Sagan. Al menos, el año que viene, cada cual, con el Tinkov disuelto, vendrá con su propia escuadra.