Cuando Kevin Durant anunció el verano pasado que abandonaba la franquicia de Oklahoma y se llevaba su talento a los Golden State Warriors, se le acusó de tomar un camino fácil para conquistar su primer anillo de la NBA. Unirse a Stephen Curry, Draymond Green o Klay Thompson, al equipo que había batido la mejor marca de victorias y derrotas de la historia la temporada anterior, no parecía una jugada de riesgo.

Pero Durant no se incorporó para ser uno más. Hizo notar su presencia a lo bestia durante toda esta campaña y en la final dominó los partidos como la superestrella que es. Al fin, tras casi una década en la NBA, pudo proclamarse campeón al derrotar los Warriors a los Cavaliers por 129-120 en el quinto partido (4-1 en la serie). Durant fue elegido el jugador más valioso (el MVP).

El alero combinó una defensa tenaz con un recital ofensivo deslumbrante. «Sienta de maravilla ganar un campeonato con estos chicos. No puedo esperar a celebrarlo durante toda la noche; bueno, quizá todo el verano», bromeó Durant. El jugador quería tanto este título que, según confesó, apenas durmió las dos noches anteriores. Sin embargo, la ansiedad no le pasó factura. En este quinto encuentro metió 39 puntos. A lo largo de la final ha promediado 32,5, sexto jugador de la historia que supera la treintena de media en una final.