Cercana la Navidad nos disponemos para acoger la conocida como Luz de la Paz de Belén. Desde 1986, los scouts de Austria envían cada año a un niño o una niña unas semanas antes de Navidad a la cueva de Belén a encender una lámpara, que es trasladada a Viena como mensaje de paz y de vida, de amor y de esperanza. Una vez en Viena, la Luz de Belén se distribuye a delegaciones de scouts de todo el mundo. Ellas la llevarán a sus países para que llegue a parroquias y familias, a niños y jóvenes, a ancianos y enfermos, y a los más pobres y necesitados. Este año tenemos la dicha de acoger la Luz de la Paz de Belén en nuestra diócesis, que será traída desde Viena para distribuirla a toda España.

La Luz de Belén representa a Jesús mismo. Él nos dice: «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12). Cristo es la luz que «brilla en la tiniebla» (cf. Jn 1,5). Él ha nacido para ahuyentar la noche de las tinieblas y del error.

Se ha dicho que la nuestra es una generación de inexplicables contrastes. Tenemos más información, pero más confusión; más tecnología, pero más distracción; más posesiones, pero más insatisfacción. La única esperanza para escapar a este mal es traer una fuente de luz que pueda guiarnos en la confusión, fortalecernos en la debilidad y motivarnos a cambiar. Jesús, el Hijo de Dios, el Mesías y el Salvador, es el único que puede hacerlo. Cristo es la luz para los hombres en su peregrinación terrena. A sus discípulos, Jesús nos dice: «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,14). Muchos de nuestros contemporáneos piensan y viven como si Dios no existiera y olvidan que en Navidad nace Jesús, el Hijo de Dios. En este contexto, los cristianos hemos de llevar por doquier la Luz de Belén, reafirmar nuestra fe y anunciar a todos que Jesús, el Nino que nos nace en Belén, es la Luz del mundo.

*Obispo de Segorbe-Castellón