Sobre el puente que cruza el río Suchiate, miles de personas pasaron la noche del viernes a la intemperie, esperando un acuerdo o gesto de buena voluntad para poder continuar su marcha, que al mediodía del sábado todavía no se veía llegar. Del lado guatemalteco, las autoridades respiraban aliviadas: el problema ya no era suyo. Del lado opuesto, en cambio, crecían la tensión, las dudas y los dilemas.

México se ve confrontado por sus contradicciones ante la noción de que los nuevos tiempos políticos que vive deberían abrir otra actitud ante el reto de la migración, acaso más congruente y más humanitaria. Pero lo detienen el egoísmo y las fuertes presiones ejercidas desde Washington.

En las pantallas de televisores, portátiles y móviles, millones de personas han seguido en tiempo real eventos que reciben las más variadas interpretaciones.

MIEDO A LA INVASIÓN

Unos han visto a una multitud decidida a barrer cualquier obstáculo, a legiones que cantando el himno nacional hondureño se motivan para pasar por la fuerza a otro país, a organizadores que disponen que mujeres y niños vayan al frente, a líderes convocando a superar con la potencia del número a la policía mexicana, a hombres declarando que no tienen nada qué negociar, que pasarán. De ahí se alimenta el miedo a la invasión.

Otros observan a pobres familias arrastrando lo poco que han podido traer consigo. A bebés y ancianas que son difícilmente rescatadas del pisoteo cuando caen entre las rejas derribadas. A jóvenes que narran cómo la violencia y la pobreza no les han dejado más opción que marcharse. A adolescentes que cuentan lo que han escuchado que puede ser un futuro esperanzador en Estados Unidos. Que pasarán. De ahí crecen la empatía y la comprensión.

RACISMO Y DESPRECIO

Hay consenso en México de que Estados Unidos trata con injusticia a los migrantes mexicanos, que les niega el derecho a buscarse una vida mejor.

Mientras los hondureños esperan, sin embargo, se produce un debate en el que no faltan posturas cargadas de racismo y desprecio, que exigen la expulsión inmediata de regreso a Centroamérica, abundantes en adjetivos: “asesinos”, “simios”, “holgazanes”, “ignorantes”, “analfabetas”, “la peor gente”.

Son los mismos que ha usado el presidente estadounidense Donald Trump para referirse a los mexicanos. Pero en esta ocasión, coinciden con él: Trump aseguró el viernes, ahora sobre los hondureños, que “muchas de estas personas, un porcentaje bastante grande, son delincuentes” y “criminales bien curtidos”.

Muchos otros los rebaten: “Qué terrible y triste escuchar expresiones racistas y clasistas contra los centroamericanos en México”, tuiteó el periodista Jorge Ramos. Su colega Pedro Miguel señaló que queda “al descubierto la cantidad de mexicanos y mexicanas que se consideran personas de buena voluntad y que llevan un pequeño Donald Trump en el hipotálamo”.

PRESIDENTES SALIENTE Y ENTRANTE

El presidente de EEUU ha exigido al Gobierno mexicano que detenga la caravana o enviará a su ejército a la frontera. El presidente en funciones Enrique Peña Nieto afirmó el viernes por la noche que “México no permite ni permitirá el ingreso en su territorio de nadie de manera irregular y mucho menos de forma violenta”.

Pero Andrés Manuel López Obrador, el presidente electo, dio muestras de que con él llega un cambio de visión: “Que se les garanticen sus derechos a buscarse la vida, que no haya maltrato, que se les proteja, que se les ayude y apoye”.