Querido/a lector/a, estos días se ha cumplido el 40 aniversario de la constitución de los nuevos ayuntamientos democráticos (después de la dictadura). Efemérides que ha provocado que casi todos los que en la Vall d’Uixó formamos parte de aquel primer consistorio, nos reuniéramos y lo celebráramos en una comida que, como era de suponer, sirvió para evocar algún momento del pasado pero, sobre todo, para seguir reconociéndonos en la amistad.

En cualquier caso, y sin vocación de caer en una idealización absurda, ni de aquello tan manido como falso de que todo tiempo pasado fue mejor, sí que quiero razonar desde la experiencia que aquella fue una gran corporación. Digo que, como tantos otros, mejoró su papel político-social por la aplicación de la nueva normativa democrática.

Pero también digo que la forma particular que tenían sus componentes de entender la política como dialogo directo con los vecinos, con los ciudadanos que tenían y se les reconocían derechos y deberes, sirvió para que el ayuntamiento y la ciudad fueran más allá. Y es que ese estilo cambió los sujetos legitimados para protagonizar la política que pasaron de minorías privilegiadas e influyentes a la mayoría social.

Algo que a todas luces también sirvió para que cambiara la agenda, los temas, las preocupaciones sobre las que se debatía y se planificaban. En definitiva, el ayuntamiento paso de ser un ente administrativo a una herramienta política que, a pesar de las limitaciones y defectos del momento, que existían y teníamos, intentó estar al servicio de la mayoría y la convivencia.

Así lo vi y lo sentí y así lo cuento. Por cierto, había algo más que, ahora, por desgracia, no es habitual: que a pesar de no tener todos la misma política e ideológica, podíamos dialogar sin perdernos el respeto ni denunciarnos en los juzgados. Como prueba, si es que hace falta, señalaré la comida a la que me refiero.

*Analista político