En el 2004, el New York Times demostró que de los cerca de 3.250 botones instalados en los semáforos de Nueva York, mas de 2.500 (el 77%) no funcionaban. Son los llamados botones placebo, pulsadores que en realidad no funcionan, pero que cumplen la función de dar al ciudadano una sensación de control. El nombre se toma de los placebos farmacológicos, esto es, sustancias inertes que son capaces de provocar un efecto positivo en las personas cuando las toman si éstas creen que es un medicamento con principio activo debido a la sugestión. En el caso que nos ocupa son botones que no sirven para nada, solo para creer que tenemos el control de algo. Están en más sitios de lo que pensamos: semáforos de peatones, ascensores, termostatos de oficinas, etc. En algunos casos se ha creado a propósito, en otros se ha estropeado y debido a la cuantía de la reparación se ha quedado inservible. Hacer creer que funciona parece una buena idea por el factor psicológico, ya que, independientemente de que el botón vaya o no, la sensación de control infunde tranquilidad y fomenta la impresión de que se está influyendo sobre algo.

Eso reduce la intranquilidad y la ansiedad que provoca tener que esperar sin hacer nada por cambiar la situación. Por ejemplo, el botón de cerrar puertas en un ascensor suele estar abajo del todo porque muchos niños no llegan al botón del piso al que van, pero en cambio sí pueden pulsar ese botón que, funcione o no, hace que estén tranquilos y no se acerquen a la puerta. Y es que un gesto tan sencillo como pulsar un botón y que posteriormente ocurra algo provoca en nosotros una agradable sensación de bienestar, pues a nuestro cerebro no le gusta que las cosas ocurran por azar. Inconscientemente, necesitamos tener el control de cuanto pasa.

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)